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lunes, 17 de septiembre de 2012

(Fisio)Terapia de Choque.

Le habría encantado recostarse sobre la cómoda silla de la sala de espera, pero la espalda, ¡su dichosa espalda, la maldita espalda!, se lo impedia.

Sin duda, el dolor que le estaba amargando los días y robando las noches era consecuencia de tantas horas de pie tiza en mano y tantos días corrigiendo agarrado a un boli rojo.

¡30 años dando clase, que se dice pronto!

Afortunadamente, ese mismo colegio al que le había entregado en holocausto la salud de su espalda ahora la pagaba -por fin- un tratamiento de fisioterapia a través de su mutualidad laboral.

La señora que tenía al lado, percatada de la situación y con ganas de cotorrear, le interrogó:

-¡Parece que le duele a usted mucho la espalda!

-¡No te haces una idea, es horrible, una tortura absolutamente insufrible! A eso vengo, a ver si me hace algo el fisio este de la mutua, porque no aguanto más.

-Es su primera consulta, entonces.

-Sí, lo cierto es que vengo un poco a ciegas: solicité un fisio y me han mandado aquí. Por no mirar, ni el nombre he mirado.

-Pues se llama Joaquín.

-¡Ah, muy bien!

-Bueno, yo le llamo así porque le tengo ya confianza, pero en realidad es doctor Quintera Provenza.

-¡Joaquín Quintera Provenza!

-Exacto.

-Ese nombre me suena de algo.

En ese momento, se abrió la puerta de la consulta y asomó una cabeza: "señorita, que pase el siguiente".

Entonces el viejo profesor cayó: Joaquinito Quintera Provenza, ¡como para olvidarle! El alumno más torpe, bruto y desastroso que había pasado por sus manos. Ya debía de hacer unos 15 años que se había ido del colegio, pero el legado de inutilidad e incapacidad para comprender o llevar a cabo incluso las tareas más sencillas perduraba en la infamia.

De repente, notó una casi milagrosa mejoría en su dolor de espalda.

-¡Mire, señorita, -le dijo a la enfermara- me encuentro mucho mejor, ya si veo que me da otra vez, vuelvo otro día!

El cómo había ese alumno logrado su título de Fisioterapia, ni saberlo ni pensarlo quería el viejo profesor, pero una cosa estaba bien clara: a él Joaquinito Quintera Provenza no le iba a poner una mano encima.

Que ya bastante mal tenía la espalda.

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