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sábado, 14 de abril de 2012

Las Serpientes que Juegan al Ratón y al Gato.

No existe ninguna manera de que un Guardíán identifique a un Cazador a simple vista, ni a la inversa. Sin embargo, si se pueden  reconocer mutuamente.

Reconocerse porque muchos Guardianes fueron víctimas de un Cazador durante su vidal mortal.

Ese es el primer paso de estos Guardianes que quieren saldar su deuda con lo Divino y lo Humano: localizar a su Cazador y aniquilarlo para evitar que puede cazar a nadie más. Entonces, y sólo entonces, podrán empezar el duro camino para recuperar su capacidad de amar.

Aniquilar a un Cazador no es difícil, en teoría: basta con arrojarlo a una hoguera, que lo succionará como si de un agujero se tratara (y, en realidad, se trata) y lo devolverá al sitio de donde ha venido. Lamentablemente, si es el Guardián el que cae en la hoguera, también será absorbido.

Para toda la Eternidad.

No obstante, los Cazadores rehuyen a los Guardianes y sólo se enfrentan a ellos si se ven en clara superioridad numérica.

Los Cazadores son seres bastante cobardes. Aunque siempre hay excepciones.

Hay un puñado de Cazadores muy veteranos que son la flor y la nata de tan macabro colectivo. Ninguno ha cazado a menos de mil personas -esto es el principal requisito para ser aceptado en el grupo- y a la gran mayoría también los han arrojado a la hoguera cuando intentaban aniquilarlos.

Los miembros de este grupo, que se distinguen por una pequeña serpiente tatuada sobre el corazón, se reúnen con cierta frecuencia en lugares abandonados para fanfarronear de sus hazañas y beber hasta caer rendidos. En principio, es entonces cuando son vulnerables, y bastaría con pegarle fuego al edificio. Pero, obviamente, un grupo tan selecto no es tonto: con su extrema simpatía no les es difícil hacer que otras personas -inocentes y sus futuras víctimas- les acompañen en sus fiestas salvajes y ejerzan, sin saberlo, de escudos humanos.

Los Guardianes tienen entre ceja y ceja a este atajos de monstruos de pecho tatuado.

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