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lunes, 21 de marzo de 2011

No Saber Por Dónde Empezar, Si Seguir (Y, Menos Todavía, Cómo Terminar).

La vida no es sino una torpe imitación de la Literatura más pura y sencilla, ésa de los cuentos atesorados por la tradición oral y de las novelas inolvidables que marcan existencias.

Porque a menudo queremos lograr algo, pero no nos ponemos, o, simplemente, no sabemos por dónde empezar. Como esas historias que arrancan tan torpemente relatadas que no se apañan ni para lograr arrebatarle al lector dos páginas de interés.

Y, cuando por fin se logra iniciar el camino con cierta solvencia, uno no sabe cuáles son las bifurcaciones correctas o, en otras ocasiones, se desinfla, y lo que comenzó como un sprint pasa al trote, y el trote se aminora a caminar arrastrado, y de ahí a la rendición. Sin duda, igual que esas novelas gordas como señoras de provincias cebadas de bollería, que dan vueltas al argumento, se pierden en descripciones demasiado largas, o divagan sin más. Entonces es cuando el lector nos abandona.

Pero, para mí, en esta vida y en la Literatura a la que imita, lo más complicado es rematar. Saber cómo y cuándo terminar la historia. Y de un modo que resulte original, brillante, definitivo. Eso es lo que distingue a las grandes personas y a los grandes contadores de historias: la facultad de convertir cualquier recta que dibujan en un círculo.

Moraleja: en su vida, en su empresa (vital o de las otras) y en su relato, arranque con fuerza, pierda el menor gas posible en el trayecto (e intente no alejarse mucho del objetivo) y, por remate, destape el tarro de las esencias, hasta que al público no le quede otra que maravillado aplaudir rendido a la evidencia de que esto es realmente bueno.

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