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jueves, 17 de septiembre de 2009

Un Traidor entre Nosotros (¿De Verdad Queremos Esos Juegos?)

No es ningún secreto que yo estoy muy regañado con eso del Olimpismo. Prefiero otras competiciones menos hipócritas, donde se reconoce abiertamente que también estamos aquí para vender camisetas.

O sea, que a mí esto de que los Juegos Olímpicos vengan a Madrid me hace bien poca gracia.

Esencialmente, porque nos traería más obras (¿¡Más!?), a las que el logotipo de marras estampado en las vallas dotaría de inmunidad ante cualquier tipo de protesta.

Luego, durante quince días de verano, esos en los que se puede estar en Madrid, la ciudad se volvería una auténtica locura, incluyendo, me temo, la caudalosa afluencia de delincuentes tan tradicionalmente asociada a los grandes eventos deportivos.

Por no hablar del cruento combate en que se convertiría el reparto de méritos entre los políticos de todo tipo y condición. Sonrisas extra-forzadas y codazos tipo NBA por salir junto a Samaranch en la foto.

No cabe duda de que más de uno y más de dos se iban a hacer de oro (plata o bronce) a costa de los Juegos, lo cual, dicho en bonito, se traduce como "es bueno para la economía". No lo discuto, pero me temo que para el grueso de la tropa quedarían migajas de temporada, las flores de un árbol de dinero de hoja muy caduca.

En resumen, que no me apetece un pimiento la idea de Madrid 2016. ¡Qué le vamos a hacer!

(Ni tan siquiera por podernos equiparar a Barcelona y su esplendor del 92).

"En nombre de todos los jueces y árbitros, prometo que oficiaremos en estos Juegos Olímpicos sin prejuicio, respetando y ateniéndonos a las reglas que los gobiernan con el espíritu verdadero de la deportividad", eso dice un representante de los árbitros en la ceremonia inaugural. Luego, tan solemne juramento se va girando por el inodoro olímpico cuando, por ejemplo, no se le pitan los constantes "pasos de salida" a los estadounidenses, perjudicando gravemente a los nuestros.

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