Nunca he tenido perro, ni creo que jamás lo tenga. No es sólo por el miedo que siempre les he tenido a los cánidos (es que me ladran y no les entiendo lo que me están diciendo), es que hay pasearlos, y si ya me hace cuesta arriba lo de bajar la basura, pues imagínese usted lo de sacar al bicho.
Admiro, no obstante, a esos amos y amas tan esclavos de su mascota. Tomando las calles a esas horas tan de noche, que no hay más que gente corriendo y panaderos.
Con esa cara de película iraní, esperando al que el condenado "Kuko" remate la faena para atacar con la bolsita. Paseo p'arriba, paseo p'abajo. Dale correa, tira de la correa, mientras el perrito a su rollo con la lengua fuera y el rabito dando el intermitente.
Y, guindilla del pastel de pica-pica, los encuentros con otros paseantes. Ladridos, movimientos circulares, olisqueo de bajos fondos. Sonrisas forzadas, dominio a duras penas, "¡quieto, Kuko!"
Lo dicho, que no me pilla usted con perro. Que, para mí, el mejor amigo del hombre es otro hombre (o, aunque muchos me lo "increduleen", una mujer).
"Si no hace nada". Por supuesto, y esos son los que dan más guerra. (En la calle y en el aula).
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