-¡No jodas! Pero, ¿ése sabe algo de informática?
Esta fue la incrédula conversación que Batista y Cossío mantuvieron entre Lengua e Historia. El primero había hecho una visita autorizada a los lavabos y, de retorno, había sorprendido a Blas, el de mantenimiento, saliendo de la sala de informática con una impresora que había dejado de hacer honor a su nombre.
Blas era el único adulto de todo el colegio desnudo de "don". Gran injusticia, porque, quizás con la salvedad del fundador de la orden, nadie había hecho tanto por el centro.
Arreglar lo inarreglable carente de todo presupuesto era su tarea cotidiana. Y poseía tal pericia que, cuando el negaba de izquierda a derecha y pronunciaba la fatídica frase: "esto no 'tié' remedio ninguno", el aparato se tiraba directamente sin consultar a nadie más.
Además, Blas echaba una mano en todos los brazos del colegio: camarero de comedor, pintor de patio, limpiador de retretes...Todo por cuatro duros y con una fidelidad que despertaba la incredulidad de los alumnos de Bachillerato, que son los que ya se dan cuenta de las cosas.
Todos ignoraban, aunque alguno sin duda sospechaba, que Blas se sacaba unas jugosas perrillas de acá y de allá, especialmente con la venta de la chatarra y el material que ladinamente escamoteaba a un colegio de pago como aquel. Que Blas era todo, menos tonto.
Al día siguiente, Batista contempló satisfecho del dibujo recién trazado por la impresora que Blas acababa de reparar. El cacharro hacía un ruido raro, las cosas como son, pero tiraba. Y eso es lo único que cuenta en el universo vital del chapuzas.

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