Pinar de Chamartín, no parecía el mejor sitio donde encontrar Bambú para aquel bicho. Salvador Montoya, bigote azabache, camisa abierta y sombrero, con un oso panda de la mano por Chamartín. Mal negocio. Él era más de trompeta, escalera y cabra en una Plaza de Castilla.
-¡Válgame Dios!, "Salvaor", ¿qué es eso que "trae"?
-¡Ni válgame Dios ni Valdeacederas, Carmela! Que el moro ese de Tetuán que me debía un dinero "m'apago" con el "animá" este.
-¡Pero que Estrecho de entendederas "ere"! ¿"'onde" vamos nosotros con esto?
-Se lo voy a "ofrehé" a don Alvarado, que seguro que se le encapricha pa' su "chalete".
Don Álvaro Luztacua Olvitxea tenía en su finca guipuzcoana Cuatro Caminos que comunicaban dos Ríos con un jardín de Rosas en medio, la casa señorial y una Iglesia en mitad de un arenal que más era una capilla, y cuyo principal mérito era custodiar un retablito policromado traído desde Bilbao por el abuelo materno de don Álvaro, el insigne y muy pío juez Olvitxea Aguirre. Por su Tribunal habían pasado los más respetables criminales de la década de los veinte. Lo que nunca había pasado era un oso panda como el que su nieto le acababa de comprar a un calé. "¡La Gran "Vía" se va a pegar el animal en ese "chalés" de usté".
Doña Sol Tirso de Molina había sido novia de un tal Antón Martín antes de casarse con don Álvaro. Se habían conocido viendo un Real Sociedad-Rayo Vallecano en el antiguo estadio de Atocha. Después del partido, él la acompañó a la estación de la Renfe y, mientras comentaban que la pareja de centrales Menéndez-Pelayo debía ser la mejor de todo el campeonato de liga, surgió el amor. Tras un Pacífico noviazgo (que ya es raro) se casaron en la parroquia de ella, adyacente a un Puente de Vallecas.
A doña Sol no le hizo nada de gracia la llegada del osito. Como si de una Nueva Numancia se tratara, cerró de un portazo (tan alterada estaba, que dijo "Portazgo")la puerta de la casa y allí se atrincheró, jurando que no saldría mientras el animal siguiera suelto disfrutando de los Buenos Aires de su finca, pegándose escandalosos chapuzones en los dos ríos (indistintamente), zampándose sus rosas a falta de bambú y arañando con sus zarpas el portón de madera de la capilla.
Desde un Alto del Arenal, el oso panda contempla al guardés de la finca, un extremeño de nombre Miguel Hernández, criado en la Sierra de Guadalupe y que se hizo amigo de un hermano de doña Sol en la Villa de Vallecas. Ha recibido órdenes concretas a través del invisible hilo telefónico móvil:
-Miguel, quiero que te cargues al bicho panda ese.
-"Congosto" lo haré, doña Sol.
Agazapado en La Gavia más meridional de la finca, Miguel Hernández apunta cuidadoso su escopeta, sin saber que no hay fortunas mayores que Las Suertes de los osos panda. Pues en el mismo instante en que se dispone a abrir fuego de perdigón, una patrulla del SEPRONA le ordena que deponga la escopeta y se lleva al oso panda para devolvérselo a su legítimo dueño: el poco conocido zoo de Valdecarros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario