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miércoles, 16 de enero de 2008

Prostesta contra la canción protesta.

Quizás el título sea un poco exagerado (o seguramente es que no me puedo resistir a un juego de palabras facilón). No es que tenga nada en contra de eso que llaman "canción protesta". De hecho, hasta me cae simpática.

Unas veces es el fruto bienintencionado de la expresión artística sazonada de inquietud social, otras es un perfecto ejercicio de oportunismo publicitario-comercial. Su problema es que es como el champán, el cava o la sidra (así no hiero susceptibilidades políticas varias) empieza fuerte, pero se le va pronto el gas.

Tantas melodías-himno exigiendo reformas, siempres cantadas por un despeinado sudoroso y gritón a la guitarra (la "canción protesta" y la guitarra son absolutamente inseparables) y coreadas a bandera agitada por las masas. Y tantas veces que aquellas exigencias se quedaron en nada. Tantos barbudos veinteañeros que pedían el fin de la opresión en conciertos de colegio mayor y que ahora oprimen ellos mismos los botones que oprimen.

Lo dicho, que se nos va la fuerza por la boca. Hablando y cantando. Vamos, que decían "no nos moveran", pero se acabaron moviendo ellos solitos.

¿Quién sabe hoy quiénes fueron Nicola y Bart? No pudo ser, Joan.

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