Unas veces es el fruto bienintencionado de la expresión artística sazonada de inquietud social, otras es un perfecto ejercicio de oportunismo publicitario-comercial. Su problema es que es como el champán, el cava o la sidra (así no hiero susceptibilidades políticas varias) empieza fuerte, pero se le va pronto el gas.
Tantas melodías-himno exigiendo reformas, siempres cantadas por un despeinado sudoroso y gritón a la guitarra (la "canción protesta" y la guitarra son absolutamente inseparables) y coreadas a bandera agitada por las masas. Y tantas veces que aquellas exigencias se quedaron en nada. Tantos barbudos veinteañeros que pedían el fin de la opresión en conciertos de colegio mayor y que ahora oprimen ellos mismos los botones que oprimen.
Lo dicho, que se nos va la fuerza por la boca. Hablando y cantando. Vamos, que decían "no nos moveran", pero se acabaron moviendo ellos solitos.

¿Quién sabe hoy quiénes fueron Nicola y Bart? No pudo ser, Joan.
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