Sentí la necesidad de volver al hogar de ancianos bautizado en honor a la señora Duckworth, aunque no entré. Desde una discreta distancia, contemplé a un par de viejecitos leyendo pácidamente la prensa en el jardín. Ellos creían que gracias al corazón de oro de una señora, pero yo sabía que era por cortesía del corazón presuntamente podrído de un asesino.
Me despedí -ya por fin para siempre- de aquel lugar con una visita
relámpago a la tumba de Cornell, tan cuidada como siempre. No pude
evitar dejarle una flor.
Fue todo tan rápido que ni el "padre Cotilleo" me vio.
Cuando la Maldad queda impune, uno siente una rabia que desgarra por dentro, similar a la pena que te entra cuando la Bondad tampoco recibe su justo reconocimiento y premio.
La historia no recordaba a Algy, "el Afortunado" Cornell, o, como mucho, lo hacía como el asesino de una anciana. Yo, en cambio, era de las pocas personas que sabía que había buscado redención y, a su modo, la había conseguido. Yo era de los pocos, y seguramente el único vivo, que sabía que Algy Cornell, como la mayoría de los hombres malos, también había querido hacer el Bien antes de partir de este mundo. Y habiá querido hacerlo de un modo totalmente anónimo.
¿Por qué habrá tanta gente empeñada en hacer el Bien en secreto? ¿Por qué se avergonzarán de ser buenos? Dicen que es por modestia o para que nadie dude de la buena fe de sus obras, porque se ha creado una cultura en que se acusa de hipocresía de modo automático a todo aquel que hace una buena acción.
No estoy de acuerdo. Yo creo que nadie debería sentir apuro de cantar a los cuatro vientos que ha hecho algo bueno por los demás. Igual de esta manera manera más gente se animaría.
Pero basta de divagaciones teóricas sobre el comportamiento humano. Nunca llevan a ningún sitio.
Y el único sitio al que yo quería ir en aquel momento era a buscar más información sobre Claire Mullins.
Me moría de curiosidad.
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