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lunes, 2 de noviembre de 2009

De los Disturbios que Ocasiona Mandar a los Anti-Disturbios.

El gran enemigo al que se enfrenta el policía anti-disturbios común no es el manifestante broncas común, sino el el fotógrafo espabilado en busca de instantáneas jugosas.

Por eso, la política de mandar a los anti-disturbios a cualquier concentración o manifestación no es buena. Hay que analizar cada caso.

Monjitas (pero no curas), jubilados, madres coraje...Con esos, mejor los municipales, que resultan menos amenazadores (con su simpático mostacho, la mayoría) y el uniforme es más bonito.

Pero, por otra parte. ¿y si a los pensionistas se les ponen en las narices entrar en el ayuntamiento de turno? ¿No es mejor curarse en salud y mandar a los supermanes de azul por si acaso?

Aquí es donde entra el fotógrafo, porque, si el abuelo se nos pone cabezón con eso de ver al alcalde, y el anti-disturbios no ve otro camino que la fuerza para impedirlo, la foto es de portada (puede incluso que de premio). Ese octogenario con el gesto más descompuesto que un comensal de restaurante mejicano, ese tuareg urbano agarrando cuello y amenazando lluvia de porrazos...Lo dicho, que el escándalo está servido.

Entonces, ¿qué hace el delegado gubernamental de turno?

Hombre, lo más cómodo es zumbarle directamente al fotógrafo (por listo) y reventarle la cámara de paso, pero con lo de la democracia ya no se pueden hacer estas cosas (alguno habrá que se ponga nostalgicote), así que yo no tengo ni idea.

(Y, aunque la tuviera, no lo diría, que los delegados del gobierno cobran una pasta y no les voy a hacer yo el trabajo).

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