Johanna era la más joven periodista de un joven periódico. Ilusión en estado puro. Joahanna habría sido una persona totalmente diferente si no hubiera crecido con el ejemplo de Magnolia Glenn. La había aupado a ella, como a toda una comunidad y todo un país.
Johanna tenía que cubrir la inauguración de la estatua. No era negociable. Las dos personas que más admiraba en el mundo (más allá de su familia), iban a estar allí -una en carne y hueso, y otra en bronce-.
-¡Hazme una foto con el señor presidente!
La fotógrafa del periódico sonrió resignada. Era la enésima foto que le hacía a la pesada de Johanna.
-Hija, ¿por qué no das el book de fotos por terminado y te planteas escribir algo para acompañarlas en el periódico?
-¡Calla, envidiosa! ¿Quiéres que te haga yo una a ti con el presidente?
La fotógrafa, también Hazi, sonrió. Esta Johanna era más lista que el hambre. El presidente se preparó para la instantánea. Hay que tener a la prensa siempre contenta, en especial a la afecta.
-Mm...me pro...podría...hacer u..una a mí también. O...Olvidé mi cá...mi cámara -la voz surgía desde una silla de ruedas que se había abierto paso hasta llegar a ellos.
-¿Le importa, señor presidente?
-¡Por supuesto que no!
La señora parecía muy mayor, aunque la tartamudez no parecía debida a la avanzada edad. Por su parte, la niña de unos doce años que empujaba la silla se mostraba incapaz de ir más allá de la tímida sonrisa.
-E..esta es mi nie...mi nieta. ¡Le cue...cuesta más hab...hablar que a mí!
El presidente soltó su más profesional carcajada.
-¿Quiere también una con la estatua, señora? -preguntó Johanna.
A la anciana se le nubló la sonrisa. Como accionada por un mágico resorte, la niña venció su timidez y ejerció de intuitiva portavoz de su abuela.
-No, gracias. Nos basta con la del señor presidente. ¿Nos la puede mandar aquí, por favor?
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