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sábado, 9 de septiembre de 2017

La Receta del Diablo (y 11).

-¡Vaya cara, páter! Un milagro no es el tipo de cosa que debería cogerle de sorpresa.

El comandante Hugo W. Hill sonreía socarrón mientras encendía un pitillo. Era su manera habitual de restregarle sus victorias por la cara al resto de la humanidad.

-Hasta mi creencia en los milagros tiene un límite, abogado.

-¡Hombre de poca fe! -la sonrisa ya era carcajada.

El teniente Saint James también sonreía feliz. El alivio es la felicidad de los pusilánimes.

-¿Y él cómo se lo ha tomado?

-¡Ah, muy contento! Todo eso de que prefería morir...,una pose. Ya se sabe los chulos que son los alemanes.

-Y estos más.

El padre Lafferty se detuvo a analizar el rostro de aquel tipo sin duda digno de toda admiración. ¿Cómo habría logrado que le conmutaran la horca por cadena perpetua a un fulano como Holz, que había hecho lo que había cometido? Hill cazó la mirada del páter al vuelo.

-Se pregunta cómo lo he hecho, ¿verdad?

-Y supongo que, como los magos de los teatros, no me va a revelar el truco.

-Ja, ja, ja. Mire, páter, si algo me ha enseñado la guerra es que este mundo es una jungla llena de fieras con objetivos. Si uno quiere sobrevivir, no hay que deternerse ante nada, no hay que tener escrúpulos a la hora hacer lo que sea, porque si tú no eres un malnacido, alguien lo será por ti. Eso es lo que somos todos, una pandilla de bestias bastardas: Holz, matando a sangre fría a todos aquellos inocentes, o cierto juez, destrozando la inocencia de niñas de la peor manera posible.

Lafferty se puso pálido de incredulidad. El teniente Saint James todavía estaba terminando de asimilar la información.

-¡Vaya, pater, otro milagro: se ha quedado usted mudo!

-Y esas niñas...

-¡Pobre juez Johnston, él que pensaba que había superado ese vicio tan terrible! ¡Pero esas dos huerfanitas eran tan deliciosamente dulces y con el pelo tan rizadito! ¡Qué mala suerte que hubiera un tipo escondido en el armario con una cámara fotográfica!

-¡Me da usted asco, es un hijo de puta!

-En efecto, y de los gordos. Ya se lo he dicho, lo somos todo un poco. Es, con triste frecuencia, la única manera de lograr los propios objetivos.

-¡Debería denunciarle, cabrón!

-Pero no lo hará. Usted y yo sabemos por qué. Además, le soplé una bonita cifra al orfanato donde están las niñas. Comerán caliente durante bastante tiempo. Ya ve, grandísimo hijo de puta, pero con su corazoncito.

El padre Lafferty clavó pensativo sus ojos en los de Hill y terminó asintiendo resignado.

-Supongo que es la Receta del Diablo.

-En efecto, páter, pisar a cualquier precio si uno no quiere ser pisado gratis.

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