-¡Ah, un cura! Supongo que esto significa que se confirma que la cosa no tiene solución. Siéntese, páter. O mejor, no. No le robaré mucho de su preciado tiempo. Los pecados de la tierra ya se los confesé al juez, y los otros prefiero discutirlos con Dios en persona.
-Bueno, veo que al menos eres creyente. Con eso ya tengo mucho del camino andado.
-Sí. Sé que a mucha gente le resulta chocante, pero yo creo que no hay que mezclar a Dios con la guerra. es una combinación peligrosa, como la historia demuestra.
-Mira, hijo, te voy a ser sincero. Aunque la esperanza es lo último que se pierde y todo eso, como tú muy bien has dicho, la cosa está muy fea, así que vamos a intentar prepararte lo mejor posible para ese encuentro con Dios que tú mismo me confirmas que sabes que vas a tener.
-No se moleste, páter. Ya estoy listo pero, si sabe jugar al póquer, le invito a una timbas con los carceleros.
-Supongo que no me queda otra.
-¡Roberts, Smith, traed vuestro sucio dinero, que el páter se apunta!
Los dos jóvenes soldados se asomaron confundidos a la celda.
-¿No habéis oído a Holz? ¡Venid a ti, que os voy a dar una clase casi gratuita de póquer!
Los dos jóvenes soldados tomaron asiento, incluso más confusos.
-Estupendo, señores. Démonos prisa, no me quedan muchas partidas que disfrutar.
-¿Vamos a jugar a palo seco, muchachos?
-¿Quiere un poco de agua, padre? -preguntó tímido el soldado Smith.
-¡Qué coño agua! ¡Lo que el póquer pide es güisqui!
-Pero, padre, que esto es una cárcel militar y...
-Ya, ya...No os preocupéis. Dios proveerá.
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