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lunes, 5 de junio de 2017

Los Escuderos (y 6).

Don Antonio, a lo suyo. Y el pusilánime de Gonzalo, que seguía sin poder arreglar lo suyo con aquelloa chica tan maravillosa. Quizás fuera el sentido común, acaso la locura que causa la desesperación, pero un día Gonzalo pensó que quizás aquel buen hombre conocía el camino correcto y, después de todo, ¿qué tiene que perder quien nada tiene? Así que se tragó la dichosa pusilaminidad y tartamudeó la petición.

-Don Antonio...usted...usted, ¿me podría enseñar?

-¿A qué?

-A lo suyo...A lo de las chicas...

-¿Qué de las chicas?

-A gustarle.

-Pero, ¿tú crees que eso se enseña, "chalao"? ¡No me extraña que no ligues!

-Entonces, si no enseña, ¿cómo aprendió usted?

-¡Ni se enseña ni se aprende, "chalao"!

-Ya.

-Mira, hijo. ¿Tú conoces a Dante?

-¿Al escritor?

-El mismo.

-Sí, aunque no he leído nada de él. Me pasa lo mismo con casi todos los escritores famosos.

-Pues el señor Dante decía que a las puertas del Infierno hay un letrero que dice; "¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!" Pues tú con las chavalas, lo mismo. Resignación, muchas resignación, que si no te vas a pasar toda su vida jodido.

-Entiendo.

-¡Y ahora vamos a buscar un bar, que me estoy meando, coño!

El pobre Gonzalo había intentado tragarsa la pusilanimidad y se había acabado atragantando. Era la historia de su vida tan de bajada.

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