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domingo, 18 de junio de 2017

La (casi) inocente ludopatía de la familia Roquetas. (2)

El último en caer había sido el tío Manolito, el de la tienda (no confudir con el tío Manolito, el "abogao").  Al tío Manolito nunca le gusto estudiar. No es que fuera vago, es que jamás le vio el sentido a eso de trabajar gratis. Desde que tenía uno de razón había echado una mano en la tienda de ultramarinos de sus padres (el tío Manolo y la tía Agustina) y de ahí nadie le había conseguido sacar hasta los 91 años, cuando la muerte le sorprendió reponiendo menestra congelada en una cámara frigorífica.

"¡En vez de en una furgoneta funeraria, que se lo lleven al anatómico forense en un camión de transporte de helados para no romper la cadena del frío!", había comentado su hijo mayor -Manolitín-. No es que fuera un perfecto desgraciado, es que estaba muy, muy nervioso. Comprensible.

Lolín, el más pequeño de los nietos pequeños, lo llevaba casi tan mal como su tío Manolitín. Pero el crío, en su inocencia, en lugar de hacer chistes estúpidos se limitaba a llorar desconsolado. Puede parecer, y sin duda con razón, que aquel no era sitio para un crío de 9 años, pero los Roquetas eran muy estrictos con esas cosas.

-Lo está pasando muy mal tu chaval, ¿eh?

-Sí, todos hemos pasado por esto. Una putada.

-Cógelo y vámonos al bar.

-¿Y eso?

-Va a hacer la primera consumición. Me parece un momento oportuno.

-¿No es muy pequeño?

-Con su edad la hice yo. Y tú sólo tenías un año más.

Otra de las peculiares  y discutibles costumbres de los Roquetas es la denominada "primera consumición", o sea, el primer copazo  que cualquier miembro de la familia se mete para el cuerpo. Al contrario que otros muchachos, todos los Roquetas reciben el primer latigazo de alcohol arropados por sus familiares más cercanos.

-Voy a avisar para que venga el resto de la familia.

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