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domingo, 11 de junio de 2017

La (casi) inocente ludopatía de la familia Roquetas. (1)

-Voy a decirle al Isidoro que me apunte para la tía Virtuditas.

-Está tan claro que creo que la deberíamos dejar fuera de la apuesta.

-Las reglas son las reglas, primo.

-Pues yo me la voy a jugar a gemela reversible con Amadeo.

-No es mala opción.

La familia Roquetas era tan grande y compacta que ellos mismos decían que deberían hacer los velatorios en un pabellón deportivo. El patriarca, don Ignacio María Roquetas y Mencía, había llegado a la capital tres generaciones atrás con su flamante esposa Dorotea, y la oposición recién aprobaba. Debía de ser bien cierto lo que cuentan de los funcionarios, porque  a la pareja le dio tiempo de tener diez hijos diez. Estos, a su vez, trajeron al mundo a 67 elementos (y eso que María Clarisa no contribuyó, pues abrazó los hábitos). De esos 67, 304 nacieron (pese a que siete se quedaron inéditos, por las más diversas razones).

¿Mencioné lo compacta que era la familia Roquetas? Don Ignacio María y Dorotea lo había tenido por su mayor triunfo hasta el momento mismo de su muerte: para un Roquetas, faltar a una boda, bautizo, comunión o entierro era delito castigado con las más severas penas. Era la ley número uno de los Roquetas: se invita a todo el mundo, y todo el mundo va.

Quizás por la sagrada obligación de asistir a tanta ceremonia empezó eso del gusto por la apuesta interna y privada. Para amenizar la cosa. ¿Quién tuvo la idea? No se sabe (o, acaso, no se quiere recordar). Pero, desde luego, no fue don Ignacio María, que, por no jugar, ni a los chino jugaba. Tan bien tienen el asunto organizado, que hasta hay una reglas de obligado respeto, transmitidas desde hace décadas por tradición oral.

En resumen, que no hay reunión de los Roquetas en que no se apueste sobre algo relacionado con la familia. Los velatorios son los favoritos de muchos. Aquí es el momento de pronosticar quién será el próximo en irse para el otro barrio (o los dos, o tres...,usted hable con Isidoro, que es el que -por propia voluntad- lleva todo el negociado).

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