-¡Vamos, don Valerio!
Don Valerio había sido en otro época todo un señor, pero ahora, en honor a la verdad, era poco más que un fragilísimo vegetal animado. Por eso su familia había contratado no a una sino a dos personas internas para que cuidaran de él día y noche (salvo los periodos de descanso marcados por la ley, más o menos). El matrimonio Gutiérrez había sido el elegido. Más idóneos no podían ser, pues ella era enfermera y él estaba hecho un toro.
-Yo cada día le veo peor a este hombre, el día menos pensado...
-¡Calla, por favor!
Don Valerio y su cuidado era la única fuente de sustento de aquella familia. Muerto el perro, se acabaron el dinero y el techo. Mejor no pensarlo.
-O igual se lo llevan a una residencia.
-¿Por qué iban a hacer eso? ¿Qué hay en esas residencias? ¡Enfermeras y tíos con un par de brazos! ¡Lo que nosotros somos!
-Pero allí hay más.
-¡Por eso nosotros dos nos multiplicamos!
Ella, siempre tan optimista y tan fuerte; el siempre tan negativo y tan blando.
-No sé, no sé...Si es que nos mira con esos ojitos de ya he vivido bastante y me quiero ir...
-'Mira, gilipollas, como sigas diciendo tonterías, el que se va a ir para el otro barrio eres tú, y facturadito por mí en persona!
La señora Gutiérrez era todo un carácter. No le había quedado otra en esta vida.
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