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viernes, 17 de febrero de 2017

Me llaman Llaverito (o La ceremonia de la hipocresía) (y 7).

-Pero, ¿y aunque sean menos horas y cobrándolas más baratas?

-¡No seas tonto, Llaverito, si te "hasemo" un favo'!

-¿Un favor?

-¡Que sí, hombre. que sí! ¡Que tú vales "musho" má' que este trabajo de mierda!

-¡Pero es que a mí esto me gusta, es mi vida!

-¡Renovarse o morir, "shaval"!

-¿Y qué hago yo ahora, a mis años, sin estudios...?

-¡No te agobies, hombre, que ya te saldrá algo!

-¿Y no podría alguno de ustedes buscarme una colocación en otro lado?

Con una sonrisa y los pulgares para arriba don Valerio dio la conversación por muerta.

"Positivo, sé positivo", le dijo al tiempo que se dirigía en busca de sus amigos.

Llaverito se sentó para intentar asimilar la noticia que le acababan de administrar sin anestesia. Al paro, se iba al paro. ¿Podían hacerlo, tenían derecho, tan de golpe? ¿No habría alguna ley que lo protegiera? Quizás si hablara con algún abogado, aunque tampoco conocía a ninguno. No, era un pobre iluso, la Ley afila su espada con billetes y papeles, y Llaverito no tenía ni unos ni otros.

Por cierto, ¿qué tenía en las manos? Ah, sí, era una placa que le había entregado Don Valerio, ¡casi se le había olvidado! Esa gente había tenido las santas narices de comprarle una plaquita como regalo de despedida.

-¡Llaverito, ven a abrirme!

Sólo por unas horas más, pero el seguía siendo el encargado de abrir y cerrar las puertas.

"¡Voy!"

"Yo soy el de llave, me llaman Llaverito. Y aunque a veces me irrito, me tengo que aguantar".

Canturreó, seguramente por última vez en su vida, con lágrimas en los ojos.

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