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sábado, 7 de enero de 2017

Me llaman Llaverito (o La ceremonia de la hipocresía) (2).

-¡Coño, Llaverito, eres el primero en llegar!

-Ya sabe que yo siempre soy muy puntual, don Julián. Debe de ser la costumbre. En mi trabajo, llegar tarde te lleva pronto al paro.

-¡Joder, Llaverito, eres todo un filósofo!

Llaverito había sido el único en llegar a la hora, como todos los años; había contado el chiste de todos los años y acababa de recibir la respuesta de siempre de don Julián.

-¿Y doña Ágata?

-¡Arreglándose, ya sabes que le gusta llegar la última y hacer la entrada triunfal!

-Sí, doña Ágata siempre destaca.

Don Julián y doña Ágata llevaban casados 43 años, 6 meses y 2 días. "Si la hubiera matado el día de la boda, ya estaría en la calle",  era otros de los chistes clásicos y viejos de don Julián, aunque este -claró está- era demasiado repugnante como para contarlo más allá de la barra del bar donde tantos horas pasaba, y a un público que no fueran sus distinguidoa amigotes. Don Julián y doña Agata eran el matrimonio perfecto: presumían de tres hijos ya con la oposición aprobada, cuatro nietos graciosos y regordetes, y una impresionante capacidad para no soportarse mutuamente de un modo exquisitamente civilizado conviviendo lo menos posible. Lo de que no se tragaban no lo sabía nadie, a excepción de todo el mundo.

-¡Deberías buscarte una mujer, Llaverito!

Esta también se la soltaba todos los años, así que Llaverito tenía la salida perfectamtente preparada.

-Eso será si Dios quiere, don Julián.

Era lo bueno de la gente como don Julián y doña Ágata, que si uno mencionada a Dios, se acababan las bromas.

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