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sábado, 22 de octubre de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (y 52).

EPILOGO: La revancha de Álvaro (la venganza del Módulo)

El verano se hace muy largo sin el partidito de los sábados por la mañana. Pero el suplicio había terminado. El equipo del cole, líderado un año más por Ponce, Galeno y Jorco, iniciaba una nueva temporada. Además, a la emoción de la vuelta a los terrenos de juego se unía la excitación del ascenso de categoría. Primera división escolar, el Comando y sus secuaces iban a jugar en la máxima categoría del fútbol-sala para colegios. “Aquí ya no hay 'pringaos', chavales. Aquí todos los equipos son muy buenos”, les había advertido el Bicicletas de camino a jugar, aunque él sabía perfectamente que les estaba mintiendo: sí que había un equipo de pringados destinado a perder mucho y llorar más: ellos.
“¡Bah, míster, a estos les vamos a mear como a los del año pasado!”, fue la respuesta bravucona de rigor por parte de Ponce.

No obstante, hasta el mismísimo núcleo duro del Comando no pudo evitar un ataque de aprensión cuando llegaron a aquel colegio, y, en especial, cuando entraron al campo de juego. “¡Menudo pabellón tiene esta gente, macho!”, sentenció Galeno. “¿Cuánta gente cabrá?”, preguntó Jorco. “Hay mil asientos personas exactamente”, respondieron a sus espaldas. El Comando en pleno se giró como uno. Aquella voz como de resfriado perpetuo. ¡No podía ser!

-¡Hola, chicos!
-¡Módulo!, ¿qué haces aquí?
-Este es mi nuevo cole y mi nuevo equipo.
-¿Estás en el equipo?
-Sí.
La carcajada de alivio retumbó en todo el pabellón, Si el Modulo jugaba, desde luego que esa gente no podía ser muy buena. “Venga, empezad a calentar”, rugió el Bicicletas.

En la otra mitad del campo, los integrantes de la escuadra contraria también comenzaban sus ejercicios preparatorios para el partido. El Comando y sus secuaces les miraban de reojo. “El portero parece grande”, decía con cierta alarma uno. “¡Qué fuerte le pega el 6!”, decía otro. Y entonces estalló el ataque de pánico de la mano de Galeno. “¡El 8, tíos, el 8 estaba en el campamento al que fui este verano! ¡Es brutal, tíos. Brutal!” Todos se giraron para observarle. Era más bien bajito, con melena sobre los ojos y gesto de pícaro. Suelen ser los peores sobre una cancha de juego.

Pero, ¿dónde estaba el Módulo? En la banda, con una carpeta y un boli en la mano, enfrascado escribiendo algo para después dirigirse a la mesa de anotadores para hacer una consulta. “¡Es el delegado ayudante, tíos. El módulo no es jugador. ¡Ya decía yo!” En efecto, el Módulo no daba ni de lejos la talla para ser parte de aquel equipo, pero resultaba más que competente para llevar el registro estadístico de pases, faltas y goles. Pero no había tiempo para pensar, había llegado el momento de jugar. El Bicicletas reunió a sus hombres para dar las últimas instrucciones. “¡Muchachos, ya habéis visto que parecen buenos...!”. “¡El 8 es buenísimo, que le conozco yo”. “¡Que sea la última que me interrumpes cuando estoy hablando, Galeno! Desde el primer minuto máxima intensidad y a por ellos.” El Bicicletas intentaba ocultar su preocupación con ese manto de bravuconería, pero era inútil. Si el dichoso 8 le inspiraba tanto miedo a un tío con Galeno, era para echarse a temblar. En fin, quizás habría que recurrir a alguna patada intimidatoria en los primeros minutos del encuentro... Pero no, no iba a ser posible. El 8 de las narices no era titular. Aparentemente, había cinco chicos incluso mejores que él. Al Bicicletas le entraron unas repentinas e inauditas ganas de usar toda su potencia física para salir corriendo.

Los más funestos temores del Bicicletas y sus secuaces no tardaron en hacerse realidad. Aquellos tíos se pasaban al balón tal velocidad, que la única posibilidad de olerlo parecía ser cuando lo recogían de la red después de un gol, y tampoco es que les duraba demasiado, pues también eran agresivos leones en defensa que no tardaban en despojarles del balón. El Bicicletas chilló como un descosido hasta que cayó el quinto gol. Entonces, se sentó en silencio y se dispuso a hacer lo único que se puede en tales circunstancias: ofrecer la rendición sacando a todos los suplentes y esperar que el preparador contrario la aceptara haciendo lo propio. Para su alivio, así fue. Ahora sólo le restaba esperar que toda aquella pesadilla pasara lo antes posible (y que lo derrota no fuera escandalosamente abultada).

Ponce, Galeno y Jorco fueron los primeros en ser sustituidos. Se encaminaron al banquillo en silencio y cabizbajos. Se sentaron y clavaron la mirada derrotada en el suelo de parqué. “Ya os dije que el 8 era muy bueno”, fue lo único que Jorco fue capaz de balbucear. Al otro lado de la pista, en el banquillo local, el Modulo estaba concentrado en sus anotaciones estadísticas. Su vista basculaba constantemente entre pista y folio, con el gesto concentrado para no perder un detalle de las acciones que tenía por misión registrar. Tan solo parecía relajarse un poco después de cada gol. Entonces se levantaba para aplaudir con una amplia sonrisa.

El final del partido llegó -por fin-, con resultado final de 10 a 2. Ambas escuadras salieron al encuentro de la contraria para el protocolario saludo. El Bicicletas habría pagado por saltarse ese momento, pero no le quedaba otra que comerse su soberbia y dar la mano. “¡Vaya equipazo que tienes!”, reconoció a regañadientes mientras estrechaba la mano del técnico rival. “¡Y eso que nos ha faltado el mejor!”, le contestó el otro. Tocado y hundido. Claramente, iba a ser una temporada muy larga para el Bicicletas y su Comando.

Ponce, Galeno y Jorco planeaban dar un par de manos para que no les pudieran sancionar y luego salir huyendo de aquella tremenda y inédita humillación. “Bien 'jugao'”, se limitó Ponce a decirle al capitán contrario. “Bah, os tendríamos que haber metido veinte, pero Alvarete nos dijo que sois su antiguo cole y que no nos pasáramos con vosotros”. ¿Cabía mayor crueldad?

Álvaro, en calidad de delegado ayudante, también se dirigió a saludar al técnico contrario, su viejo amigo el Bicicletas. “Buena victoria de tus compañeros”. “No, don Vicente, buena victoria de mi equipo, una paliza de escándalo, yo diría. El equipo somos todos, desde el primero al último. Las victorias son de todos, las derrotas son de todos. ¿Lo recuerda, don Vicente? Usted mismo me lo enseñó un día”.

Y con esto la revancha de Álvaro (la venganza del Módulo) se había consumado por fin. Es cierto que la venganza es mala, y el rencor una plaga de las entrañas que se va comiendo el corazón por dentro hasta pudrirlo, pero, por otro lado, cuando el débil puede restregarle una victoria por la cara a los que le han hecho sufrir, ¡qué a gusto se queda!

Lo único que Álvaro lamentaba un poquito era que su amiga Eva no hubiera estado allí para ser testigo de todo aquello (aunque sabía de sobra que el resultado del aquel partido iba a llegar a todos los alumnos de su antigua clase). Le habría encantado (a los dos). De hecho, había estado a punto de llamarla para invitarle a que fuera, pero en el último momento se había percatado de que Eva era parte de su pasado, una puerta que había cerrado para siempre -y con llave-. Delante de él tenía un futuro -ignoraba si brillante u oscuro- pero, por primera vez en su vida, sentía ilusión por caminar hacía él. Todo aquello no habría sido posible sin Eva, y él le estaría eternamente agradecido por ello. Él nunca se lo había dicho a Eva, pero no le quedaba la más mínima duda de que ella lo sabía. El Módulo había muerto por fin. ¡Viva Álvaro!

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