EPILOGO:
La revancha de Álvaro (la venganza del Módulo)
El verano se hace muy largo sin el partidito de los sábados por la
mañana. Pero el suplicio había terminado. El equipo del cole,
líderado un año más por Ponce, Galeno y Jorco, iniciaba una
nueva temporada. Además, a la emoción de la vuelta a los terrenos
de juego se unía la excitación del ascenso de categoría. Primera
división escolar, el Comando y sus secuaces iban a jugar en la
máxima categoría del fútbol-sala para colegios. “Aquí ya no hay
'pringaos', chavales. Aquí todos los equipos son muy buenos”, les
había advertido el Bicicletas de camino a jugar, aunque él sabía
perfectamente que les estaba mintiendo: sí que había un equipo de
pringados destinado a perder mucho y llorar más: ellos.
“¡Bah, míster, a estos les vamos a mear como a los del año
pasado!”, fue la respuesta bravucona de rigor por parte de Ponce.
No obstante, hasta el mismísimo núcleo duro del Comando no pudo
evitar un ataque de aprensión cuando llegaron a aquel colegio, y, en
especial, cuando entraron al campo de juego. “¡Menudo pabellón
tiene esta gente, macho!”, sentenció Galeno. “¿Cuánta gente
cabrá?”, preguntó Jorco. “Hay mil asientos personas
exactamente”, respondieron a sus espaldas. El Comando en pleno se
giró como uno. Aquella voz como de resfriado perpetuo. ¡No podía
ser!
-¡Hola, chicos!
-¡Módulo!, ¿qué haces aquí?
-Este es mi nuevo cole y mi nuevo equipo.
-¿Estás en el equipo?
-Sí.
La carcajada de alivio retumbó en todo el pabellón, Si el Modulo
jugaba, desde luego que esa gente no podía ser muy buena. “Venga,
empezad a calentar”, rugió el Bicicletas.
En la otra mitad del campo, los integrantes de la escuadra contraria
también comenzaban sus ejercicios preparatorios para el partido. El
Comando y sus secuaces les miraban de reojo. “El portero parece
grande”, decía con cierta alarma uno. “¡Qué fuerte le pega el
6!”, decía otro. Y entonces estalló el ataque de pánico de la
mano de Galeno. “¡El 8, tíos, el 8 estaba en el campamento al que
fui este verano! ¡Es brutal, tíos. Brutal!” Todos se giraron para
observarle. Era más bien bajito, con melena sobre los ojos y gesto
de pícaro. Suelen ser los peores sobre una cancha de juego.
Pero, ¿dónde estaba el Módulo? En la banda, con una carpeta y un
boli en la mano, enfrascado escribiendo algo para después dirigirse
a la mesa de anotadores para hacer una consulta. “¡Es el delegado
ayudante, tíos. El módulo no es jugador. ¡Ya decía yo!” En
efecto, el Módulo no daba ni de lejos la talla para ser parte de
aquel equipo, pero resultaba más que competente para llevar el
registro estadístico de pases, faltas y goles. Pero no había tiempo
para pensar, había llegado el momento de jugar. El Bicicletas reunió
a sus hombres para dar las últimas instrucciones. “¡Muchachos, ya
habéis visto que parecen buenos...!”. “¡El 8 es buenísimo, que
le conozco yo”. “¡Que sea la última que me interrumpes cuando
estoy hablando, Galeno! Desde el primer minuto máxima intensidad y a
por ellos.” El Bicicletas intentaba ocultar su preocupación con
ese manto de bravuconería, pero era inútil. Si el dichoso 8 le
inspiraba tanto miedo a un tío con Galeno, era para echarse a
temblar. En fin, quizás habría que recurrir a alguna patada
intimidatoria en los primeros minutos del encuentro... Pero no, no
iba a ser posible. El 8 de las narices no era titular. Aparentemente,
había cinco chicos incluso mejores que él. Al Bicicletas le
entraron unas repentinas e inauditas ganas de usar toda su potencia
física para salir corriendo.
Los más funestos temores del Bicicletas y sus secuaces no tardaron
en hacerse realidad. Aquellos tíos se pasaban al balón tal
velocidad, que la única posibilidad de olerlo parecía ser cuando lo
recogían de la red después de un gol, y tampoco es que les duraba
demasiado, pues también eran agresivos leones en defensa que no
tardaban en despojarles del balón. El Bicicletas chilló como un
descosido hasta que cayó el quinto gol. Entonces, se sentó en
silencio y se dispuso a hacer lo único que se puede en tales
circunstancias: ofrecer la rendición sacando a todos los suplentes y
esperar que el preparador contrario la aceptara haciendo lo propio.
Para su alivio, así fue. Ahora sólo le restaba esperar que toda
aquella pesadilla pasara lo antes posible (y que lo derrota no fuera
escandalosamente abultada).
Ponce, Galeno y Jorco fueron los primeros en ser sustituidos. Se
encaminaron al banquillo en silencio y cabizbajos. Se sentaron y
clavaron la mirada derrotada en el suelo de parqué. “Ya os dije
que el 8 era muy bueno”, fue lo único que Jorco fue capaz de
balbucear. Al otro lado de la pista, en el banquillo local, el Modulo
estaba concentrado en sus anotaciones estadísticas. Su vista
basculaba constantemente entre pista y folio, con el gesto
concentrado para no perder un detalle de las acciones que tenía por
misión registrar. Tan solo parecía relajarse un poco después de
cada gol. Entonces se levantaba para aplaudir con una amplia sonrisa.
El final del partido llegó -por fin-, con resultado final de 10 a 2.
Ambas escuadras salieron al encuentro de la contraria para el
protocolario saludo. El Bicicletas habría pagado por saltarse ese
momento, pero no le quedaba otra que comerse su soberbia y dar la
mano. “¡Vaya equipazo que tienes!”, reconoció a regañadientes
mientras estrechaba la mano del técnico rival. “¡Y eso que nos ha
faltado el mejor!”, le contestó el otro. Tocado y hundido.
Claramente, iba a ser una temporada muy larga para el Bicicletas y su
Comando.
Ponce, Galeno y Jorco planeaban dar un par de manos para que no les
pudieran sancionar y luego salir huyendo de aquella tremenda y
inédita humillación. “Bien 'jugao'”, se limitó Ponce a decirle
al capitán contrario. “Bah, os tendríamos que haber metido
veinte, pero Alvarete nos dijo que sois su antiguo cole y que no nos
pasáramos con vosotros”. ¿Cabía mayor crueldad?
Álvaro, en calidad de delegado ayudante, también se dirigió a
saludar al técnico contrario, su viejo amigo el Bicicletas. “Buena
victoria de tus compañeros”. “No, don Vicente, buena victoria de
mi equipo, una paliza de escándalo, yo diría. El equipo somos
todos, desde el primero al último. Las victorias son de todos, las
derrotas son de todos. ¿Lo recuerda, don Vicente? Usted mismo me lo
enseñó un día”.
Y con esto la revancha de Álvaro (la venganza del Módulo) se había
consumado por fin. Es cierto que la venganza es mala, y el rencor una
plaga de las entrañas que se va comiendo el corazón por dentro
hasta pudrirlo, pero, por otro lado, cuando el débil puede
restregarle una victoria por la cara a los que le han hecho sufrir,
¡qué a gusto se queda!
Lo único que Álvaro lamentaba un poquito era que su amiga Eva no
hubiera estado allí para ser testigo de todo aquello (aunque sabía
de sobra que el resultado del aquel partido iba a llegar a todos los
alumnos de su antigua clase). Le habría encantado (a los dos). De
hecho, había estado a punto de llamarla para invitarle a que fuera,
pero en el último momento se había percatado de que Eva era parte
de su pasado, una puerta que había cerrado para siempre -y con
llave-. Delante de él tenía un futuro -ignoraba si brillante u
oscuro- pero, por primera vez en su vida, sentía ilusión por
caminar hacía él. Todo aquello no habría sido posible sin Eva, y
él le estaría eternamente agradecido por ello. Él nunca se lo
había dicho a Eva, pero no le quedaba la más mínima duda de que
ella lo sabía. El Módulo había muerto por fin. ¡Viva Álvaro!
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