20.El
principio del fin.
El señor letrado hojeó desganado y rabioso las páginas del
cuadernillo. A su lado, la madre de Álvaro estaba muy tiesa, muy
digna y muy callada con la mirada al frente.
-Parece muy nuevo para haber corrido tantas aventuras.
-Es que en este colegio, además de otras cosas, enseñamos a los
niños a cuidar del material -contraatacó el Caimán con su mejor
sonrisa de canalla depredador.
-Ya.
Los dos sabían de sobra que aquello era una pantomima, pero bastaba
para dar el juego por terminado y al Caimán como ganador. El señor
letrado podía poner las cartas sobre la mesa, pero eso sería dejar
al pobre Alvarito y su madre por mentirosos. Y no era plan. Ellos -y
no él- habían perdido la partida. ¡Imbéciles!
-Bueno, señores, como ven y se demuestra, fue todo un muy
desagradable malentendido. En este centro no hay ni acoso ni nada
que se le parezca. Y ahora, si me disculpan, un colegio tan grande y
de tanta calidad no se dirige solo...
La madre asintió y se puso en pie para irse, el señor letrado se
limitó a propinarle al Caimán un apretón de manos de compromiso y
también tomó el camino de la puerta del despacho de dirección. Por
última vez y para siempre. En la cabeza, la pregunta que llevaba
horas torturándoles. ¿Por qué había sido la madre del niño tan
estúpida de afirmar que aquel workbook -claramente recién comprado y
hecho de una sentada- había aparecido en la casa detrás de un mueble?
Si quería la respuesta, sólo tenía que haber preguntado a la
propia madre o al director. Alvarito no lo sabía aún, pero ese iba
a ser su último mes en aquel colegio, aunque, en compensación, iban
a tener coche nuevo, uno muy grande y bonito. El Caimán siempre tan excelente negociador bajo
cuerda.
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