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viernes, 23 de septiembre de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (47).

La Calculadora había sido más directa. Dado que la fe que tenía en que el Big Ben pudiera resolver el asunto por su cuenta era escasa, fue derecha al foco del dolor, como los buenos analgésicos.
-Padre Vicente, le tengo que pedir algo de material, si me hace el favor.
-¿Qué querrá, qué querrá esta licenciada en Ciencias Exactas?
El padre Vicente, presumible, era un machista de cuidado, de esos de libro, de aquellos que gozan sobre manera cuando la hembra se muestra sumisa y necesitada, en especial si se trata de una mujer con fama de dura y rebelde, como era el caso.
-Pues un libro.
-¡Para eso hable usted con la editorial, mujer de Dios!
-Es que si me lo da usted, es más rápido.
-¡Ay, madre! Peor que los propios alumnos...
-Venga, hágame usted el favor.
El padre Vicente estaba disfrutando cada segundo de aquello. La Calculadora, no tanto.
-Bueno, bueno, ¿y qué libro tan importante es esa? -dijo el padre Vicente mientras se sacaba su preciadísimo manojo de llaves del bolsillo y empezaba manosearlas en busca de la joya de la corona.
-Es un cuadernillo, en realidad. Le acompaño y yo le digo.
Poco después tuvo lugar la entrega.
-Toma, anda. Lo haces para mañana, y se lo presentas al profesor.
-¿Digo que lo he encontrado?
-Di lo que te dé la gana, -la Calculadora, tan cariñosa como siempre- o, mejor, dices que lo has encontrado en tu alcoba, que se había caído por detrás de un mueble o algo así.

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