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sábado, 17 de septiembre de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (46).

Después de secarse las manos tras habérselas lavado debidamente (Jorco era un tío muy pulcro y aseado, lo de la gotita de pis al Módulo había humillación rutinaria de ordenanza), Jorco se echó mano al bolsillo y contempló el billete. Estaba nuevecito. Seguro que el imbécil del Big Ben lo había sacado de un cajero. Sí, el Big Ben era un tan pringado como el Modulo. En realidad, llegó a la conclusión de que el Big Ben debía de haber sido como el Modulo cuando iba al colegio. Pero, que no quejara de él, que le había hecho un favor. Le veía tan agobiado con lo del workbook, que le había ofrecido conseguirle uno nuevecito para que el Módulo lo hiciera de nuevo y se acabara el problema. Todo por un módico precio, claro está, que esta vida nada es gratis. El infeliz del Big Ben había aceptado de inmediato. Servicio 24 horas. Todo lo que Jorco tuvo que hacer es contactar con su vieja amiga la Fermi y ella le sacó uno del almacén. La Fermi y su estupendo servicio de económica papelería alternativa. ¿Quieres un cualquier material escolar de los que hay en el almacen? Habla con la Fermi, que te hará un buen precio (y el viejo chocho del padre Vicente no se entera de que le faltan cosas). No era un servicio público, claro está. Sólo estaba disponible para un puñado de elegidos de confianza que jamás se irían de la lengua.
-Cinco pavos.
-¡No me jodas, Jorco, que en la tienda cuesta 15! ¡Dame 10, por lo menos!
El trato se había cerrado en 8.
“No hice mal negocio, no, señor”, pensó Jorco mientras acariciaba el billete de cincuenta. No hay nada en este mundo como un pringado contra las cuerdas.
-Toma, Álvaro. Lo haces en casa y me lo entregas. Será nuestro secreto, ¿vale?
El Big Ben se lo había dado a segunda hora, discretamente en un aula vacía. El Módulo lo había guardado en su mochila, junto con el otro workbook nuevecito del que habían hecho entrega de camino al colegio.

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