Después de secarse las manos tras habérselas lavado debidamente
(Jorco era un tío muy pulcro y aseado, lo de la gotita de pis al
Módulo había humillación rutinaria de ordenanza), Jorco se echó
mano al bolsillo y contempló el billete. Estaba nuevecito. Seguro
que el imbécil del Big Ben lo había sacado de un cajero. Sí, el
Big Ben era un tan pringado como el Modulo. En realidad, llegó a la
conclusión de que el Big Ben debía de haber sido como el Modulo
cuando iba al colegio. Pero, que no quejara de él, que le había
hecho un favor. Le veía tan agobiado con lo del workbook, que le
había ofrecido conseguirle uno nuevecito para que el Módulo lo
hiciera de nuevo y se acabara el problema. Todo por un módico
precio, claro está, que esta vida nada es gratis. El infeliz del Big
Ben había aceptado de inmediato. Servicio 24 horas. Todo lo que
Jorco tuvo que hacer es contactar con su vieja amiga la Fermi y ella
le sacó uno del almacén. La Fermi y su estupendo servicio de
económica papelería alternativa. ¿Quieres un cualquier material
escolar de los que hay en el almacen? Habla con la Fermi, que te hará
un buen precio (y el viejo chocho del padre Vicente no se entera de
que le faltan cosas). No era un servicio público, claro está. Sólo
estaba disponible para un puñado de elegidos de confianza que jamás
se irían de la lengua.
-Cinco pavos.
-¡No me jodas, Jorco, que en la tienda cuesta 15! ¡Dame 10, por lo
menos!
El trato se había cerrado en 8.
“No hice mal negocio, no, señor”, pensó Jorco mientras
acariciaba el billete de cincuenta. No hay nada en este mundo como un
pringado contra las cuerdas.
-Toma, Álvaro. Lo haces en casa y me lo entregas. Será nuestro
secreto, ¿vale?
El Big Ben se lo había dado a segunda hora, discretamente en un aula
vacía. El Módulo lo había guardado en su mochila, junto con el
otro workbook nuevecito del que habían hecho entrega de camino al
colegio.
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