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martes, 23 de agosto de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (41).

Sólo quedaba esperar, y un buen rato, por cierto. Hasta que las señoras de la limpieza terminaran su jornada laboral. En circunstancias normales, se habrían tenido que ir a casa a ocuparse de los deberes (por lo general, las dos juntas, en casas alternas), pero aquella era una de esas raras tardes en que los astros se conjuran para doblar al unísono la voluntad de los profesores y ninguno había mandado nada. Por tanto, las dos decidieron matar la espera en una hamburguesería cercana, al más puro estilo adolescente (y, como tal, escaso de recursos): dos refrescos pequeños, unas patatas (también pequeñas) y echar toda la tarde en una mesa de una esquina. No obstante, no siendo fin de semana, nadie del burger las molestó. Si algo sobraba aquella tarde, era sitio.
-¡Somos demasiado buenas, Eva!
-¿Por qué dices eso?
-Pues por todo: porque siempre hacemos los deberes, por la locura que estás haciendo para ayudar al Big Ben...
-¡Es que si no haces los deberes, te suspenden!
-Ya, pero otros los copian en el recreo, o en clase, ¡y nosotras los traemos de casa!
-Es nuestra manera de ser. Somos responsables.
-¡Qué palabra más fea!
-¡Ya, tía, suena horrible “res-pon-sa-bles”!
-Yo creo que es el insulto más gordo sin ser taco.
-¡Es una palabra de padres y profes!
-¡Ja, ja, ja!
-De todos modos, Pustu, si fuéramos tan buenos, intentaríamos ayudar al Modulo.
-¡Eso es muy peligroso!
-¡Igual que lo que estamos haciendo por el Big Ben!
-Ya.
-Admitámoslo, mi amadísima Ursulita: no ayudamos al Modu porque nos cae como el culo. No nos gusta reconocerlo, nos hace sentir muy culpables pero no lo aguantamos.
Úrsula sólo acertó a callarse y ponerse muy seria a juguetear con la pajita de su refresco y la bolsita vacía de patatas. Por fortuna, la campana llegó para salvarla. Eva miró su reloj y anunció que era la hora de volver al cole para ver si el plan había tenido un éxito definitivo o se había ido todo a la porra.
Ahí estaba, como todos los días. Urbi con el contenedor de basura. Lo depositó en el sitio de costumbre y se marchó mascando chicle y aburrimiento. Eva y Pústula salieron de su escondite como activadas por el resorte de la ansiedad.
-¡Vígila, mientras miro!
-¡Igual te va a tocar revolver!
-¡Me parece que no! -chilló Eva, triunfante, mientras blandía en su mano izquierda un workbook de inglés a estrenar. Las tapas del cuadernillo parecían brillar, como si se alegrara de aquel inesperado indulto que lo salvaba del penoso destino de ser triturado por el camión de la basura.

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