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martes, 9 de agosto de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (38).

La llave de los cuartos de material era la Llave con mayúsculas de aquel colegio, no porque diera acceso a tesoros especialmente valiosos -material de limpieza e higiene, artículos de papelería, herramientas y demás trastos viejos- sino porque el selecto grupo de afortunados que poseía una copia la consideraba como un auténtico símbolo de poder y una marca de estatus, sensación acrecentada por el hecho de que ni siquiera el señor director -el Caimán- tuviera una. No era que él jamás se hubiera preocupado por conseguirla. (¿Para qué? Él era demasiado importante como para preocuparse de si había o no papel higiénico en los lavabos). Pero seguramente le habría resultado más complejo de lo que él pensaba el unirse al selecto club de propietarios de llave de los almacenes.
La Fermi, por supuesto, tenía la suya. Desde tiempo inmemorial. Faltaría más.Y Urbi también, por mucho que le doliera a la otra. La había heredado de Rosi -su predecesora como archienemiga de la Fermi-, que se le había cedido poco antes de jubilarse. Había sido todo un traspasado de poderes y liderazgo en la lucha. Fermi había protestado ante la dirección, pero sin mucho éxito. Parecía lógico que las señoras de la limpieza tuvieran al menos un par de llaves de su almacén de materiales y productos.
Serapio también tenía la suya, en calidad de encargado de mantenimiento. Rey de la chapuza -incluyendo la reparación muy creativa y poco duradera de aparatos de última generación- y emperador del chanchullo, se había construido un armario para “sus cosas”, con un candado del que él era el único que poseía llave. Decían la malas lenguas que más de un objeto valioso supuestamente sustraído había terminado en aquel armario como paso previo a acabar en manos de terceros. La malas lenguas decían que a Serapio le iban los juegos de naipes y azar en exceso.

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