16.Derrota
por Modúlos.
Desde una esquina del patio, el intrépido periodista celebraba con
una casi sonrisa su media victoria. En realidad, más que una
victoria era una venganza, que era lo que él realmente había
buscado. Sin duda le estarían esperando y sabrían de sus intenciones, y eso les generaba un problema que sólo tenía una muy dolorosa solución.
Desde la ventana de su despacho, el Caimán celebraba que le había
vuelto a ganar la partida a aquel entrometido chupatintas imbécil.
Ya le habían advertido por el cauce habitual de que iría a aquel
partido con unas intenciones muy claras: denunciar que en las ligas
escolares se prioriza la competitividad por encima de que los
chavales jueguen, disfruten y aprendan valores, y tal denuncia se iba
a basar en que al pobre Alvarito Pizarro no se le sacaba porque el
partido era demasiado importante. Mentira podrida, Alvarito Pizarro
iba a jugar casi todo el encuentro, momentos decisivos incluidos. Así
se ponía de manifiesto que poco importaba perder, que lo básico era
la diversión de todos los componentes del equipo e inculcar las bondabes del olimpismo.
Mentira podrida, claro está. Al Caimán le repateaban todas las
derrotas de cualquier equipo de su colegio, y aquella en un partido
tan importante más todavía. Ganarle a aquel estúpido chupatintas
le había costado una dolorosa derrota. Ese mamón había jugado con
él, lo había manipulado como se maneja a una marioneta. Ese
asqueroso periodista de mierda estaba aprendiendo, y puede que hasta
se pudiera volver peligroso.
Desde su banquillo, el Bicicletas no tenía nada que celebrar. Se había mordido el labio hasta
hacerse sangre. Aquello estaba yendo ya demasiado lejos, pero sabía que
él no iría a ninguna parte si no se plegaba a las órdenes del
Caimán. Falso, si se enfrentaba al Caimán, donde iría es al paro.
Los chicos habían aceptado sus estúpidas decisiones con sorpresa y
resignación (“¡Míster, que va a sacar al Módulo!”), y, aunque
nadie le había hecho un solo reproche -nadie había osado-, algunos disimulaban muy
mal que les había costado un mundo aguantarse. Los padres también
querían acercarse a él y chillarle a la cara que había perdido el
partido con un cambio tan estúpido, pero, al igual que sus hijos,
sabían de sobra que en aquel colegio el ver, oír y callar era una
norma básica de supervivencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario