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martes, 19 de julio de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (35).

16.Derrota por Modúlos.
Desde una esquina del patio, el intrépido periodista celebraba con una casi sonrisa su media victoria. En realidad, más que una victoria era una venganza, que era lo que él realmente había buscado. Sin duda le estarían esperando y sabrían de sus intenciones, y eso les generaba un problema que sólo tenía una muy dolorosa solución.
Desde la ventana de su despacho, el Caimán celebraba que le había vuelto a ganar la partida a aquel entrometido chupatintas imbécil. Ya le habían advertido por el cauce habitual de que iría a aquel partido con unas intenciones muy claras: denunciar que en las ligas escolares se prioriza la competitividad por encima de que los chavales jueguen, disfruten y aprendan valores, y tal denuncia se iba a basar en que al pobre Alvarito Pizarro no se le sacaba porque el partido era demasiado importante. Mentira podrida, Alvarito Pizarro iba a jugar casi todo el encuentro, momentos decisivos incluidos. Así se ponía de manifiesto que poco importaba perder, que lo básico era la diversión de todos los componentes del equipo e inculcar las bondabes del olimpismo. Mentira podrida, claro está. Al Caimán le repateaban todas las derrotas de cualquier equipo de su colegio, y aquella en un partido tan importante más todavía. Ganarle a aquel estúpido chupatintas le había costado una dolorosa derrota. Ese mamón había jugado con él, lo había manipulado como se maneja a una marioneta. Ese asqueroso periodista de mierda estaba aprendiendo, y puede que hasta se pudiera volver peligroso.
Desde su banquillo, el Bicicletas no tenía nada que celebrar. Se había mordido el labio hasta hacerse sangre. Aquello estaba yendo ya demasiado lejos, pero sabía que él no iría a ninguna parte si no se plegaba a las órdenes del Caimán. Falso, si se enfrentaba al Caimán, donde iría es al paro. Los chicos habían aceptado sus estúpidas decisiones con sorpresa y resignación (“¡Míster, que va a sacar al Módulo!”), y, aunque nadie le había hecho un solo reproche -nadie había osado-, algunos disimulaban muy mal que les había costado un mundo aguantarse. Los padres también querían acercarse a él y chillarle a la cara que había perdido el partido con un cambio tan estúpido, pero, al igual que sus hijos, sabían de sobra que en aquel colegio el ver, oír y callar era una norma básica de supervivencia.

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