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viernes, 8 de abril de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (10).

4.El reino del Caimán.

Oficialmente era el padre Tomás, pero, desde tiempo inmemoriales, el alumnado en pleno le conocía como el Caimán. Nadie sabía por qué, puesto que la verdadera razón se había perdido en la noche de los cursos escolares. Había, no obstante, diversas teorías: unos decían que era por su mirada -penetrante y asesina-, otros decían que era por su costumbre de no mover un músculo mientras te escuchaba hablar -como si fuera un caimán listo para atacar- y, por último, habían quien relacionaba el mote con la piel de su rostro, la cual, decían ellos, se asemejaba a las escamas de la piel de un reptil, seguramente a causa de la edad (el Caimán ya tenía bien cumplidos los cincuenta). El caso es que, fuera cual fuese la razón verdadera, al director de aquel colegio se le conocía así.

El Caimán era dueño y señor de aquel ecosistema educativo aunque, por seguir con la metáfora, salia relativamente poco a la superficie. Pero cuando lo hacía, era para cazar. En efecto, ver asomar los ojos de la bestia por el ventanuco de la puerta de la clase era más que suficiente para que la más mínima y clandestina conversación entre alumnos en mitad de una explicación se cortara de raíz, como la orina cuando te dan un susto mientras se hace pis. Ya lo decían los propios alumnos: “el Caimán jamás ha hablado conmigo, ni ganas; el Caimán no sabe ni quién soy, afortunadamente”. Unas palabras que la mayoría de los profesores comprenderían, e incluso compartirían.
-Oye.
-Dime.
-Que han llamado de dirección, que dice el padre Tomás que bajes en cuanto puedas.
En cuanto puedas, viniendo de labios del Caimán, significaba de inmediato.
-¿Te ha dicho para qué?
-Ni idea.
Al Big Ben no se lo cortó el pis porque no estaba en ello. Pero como si.

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