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viernes, 22 de abril de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (14).

-El señor director no recibe sin cita previa.
-Por supuesto, me hago cargo. Pero serán cinco minutos.
-Le repito que es indispensable concertar una cita. Le puedo dar para la semana próximo.
-Y yo le repito que serán sólo cinco minutos. Seguro que me puede hacer un hueco -dijo el señor letrado al tiempo que dejaba un billete de graduación media sobre la mesa de la secretaria.
-¿Qué significa esto?
-Que usted me va a hacer un huequecito en la apretada agenda del señor director.

Media hora después, la secretaria entraba en el despacho del Caimán acompañando al señor letrado. Milagrosamente, su nombre había aparecido en el listado de entrevistas que el director tenía sobre su mesa.

-Usted dirá.
-No le robaré mucho tiempo. Supongo que mi nombre no le resultará familiar.
-Me temo que no, por eso le ruego que me indique el objeto de esta entrevista.
-Bueno, si le digo que trabajo para Garcés, Garcés y Kloff, igual se figura qué quiero.

Interiormente, el Caimán se puso de inmediato tan tenso como hacía tiempo que no se sentía. Pero, por supuesto, el exterior de aquel reptil de la educación no experimentó la más mínima reacción visible, más allá de una ligerísima elevación de la ceja derecha. Pero, por otra parte, el señor letrado estaba bien formado para notar ese tipo de sutilísimas señales.

-Veo que nos conoce, señor director.
-Algo he leído en prensa.

En efecto, había salido en los papeles, y por la radio, y, claro está, por la tele. Los papás de Camilo Pérez Gómez, alias “el Metralleta”, alias “el Bodas” habían recurrido al despacho Garcés, Garcés y Kloff para denunciar al colegio donde su hijo era martirizado a diario por su problema de tartamudez. Habían demostrado delante de un juez que era bien sabido entre todos los profesores y la dirección del centro que al pobre Camilo se le llamaba “el Metralleta” o “el Bodas” (inicialmente, “el Tarta de Bodas”) y nadie había hecho absolutamente nada. La sentencia judicial (y la todavía más severa del juicio paralelo de los medios de comunicación) habían dejado el prestigio y las arcas de aquel colegio temblando. Desde ese episodio, la peor pesadilla del Caimán y todos sus colegas era que apareciera un “el Bodas” en sus aulas.

-Si es por un problema de acoso escolar, me temo que pierde usted su tiempo.
-Me temo que no. Obra en mi poder toda una lista de actos de acoso de los que un alumno de su centro ha sido objeto. Se trata de Álvaro Pizarro Angulo.
-¿Por ejemplo?
-El otro día desapareció su cuaderno de ejercicios de inglés, y nadie ha hecho absolutamente nada para recuperarlo.
-Eso no es cierto. En este centro tenemos una tolerancia cero con el acoso escolar. Se han aplicado todos los protocolos, y le garantizo que el cuaderno le va a ser devuelto a Álvaro en breve tiempo, lo que demostrará que mi equipo directivo y yo nos tomamos muy en serio el tema del acoso y luchamos personalmente contra él.
-Espero que sea cierto, pues de lo contrario estoy autorizado por los señores de Pizarro Angulo para iniciar las acciones oportunas.

-No será preciso y ahora, si me disculpa, tengo otras entrevistas que atender.

Para el viejo Caimán, la solución al asunto era bien sencilla: si no aparecía el maldito cuaderno, el despido fulminante del profesor responsable sería la excusa perfecta para probar la firmeza de la dirección del centro y ahuyentar a aquellos carroñeros de Garcés, Garcés y Kloff.

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