-El señor director no recibe sin cita previa.
-Por supuesto, me hago cargo. Pero serán cinco minutos.
-Le repito que es indispensable concertar una cita. Le puedo dar
para la semana próximo.
-Y yo le repito que serán sólo cinco minutos. Seguro que me puede
hacer un hueco -dijo el señor letrado al tiempo que dejaba un
billete de graduación media sobre la mesa de la secretaria.
-¿Qué significa esto?
-Que usted me va a hacer un huequecito en la apretada agenda del
señor director.
Media hora después, la secretaria entraba en el despacho del Caimán
acompañando al señor letrado. Milagrosamente, su nombre había
aparecido en el listado de entrevistas que el director tenía sobre
su mesa.
-Usted dirá.
-No le robaré mucho tiempo. Supongo que mi nombre no le resultará
familiar.
-Me temo que no, por eso le ruego que me indique el objeto de esta
entrevista.
-Bueno, si le digo que trabajo para Garcés, Garcés y Kloff, igual
se figura qué quiero.
Interiormente, el Caimán se puso de inmediato tan tenso como hacía
tiempo que no se sentía. Pero, por supuesto, el exterior de aquel
reptil de la educación no experimentó la más mínima reacción visible,
más allá de una ligerísima elevación de la ceja derecha. Pero,
por otra parte, el señor letrado estaba bien formado para notar ese
tipo de sutilísimas señales.
-Veo que nos conoce, señor director.
-Algo he leído en prensa.
En efecto, había salido en los papeles, y por la radio, y, claro
está, por la tele. Los papás de Camilo Pérez Gómez, alias “el
Metralleta”, alias “el Bodas” habían recurrido al despacho
Garcés, Garcés y Kloff para denunciar al colegio donde su hijo era
martirizado a diario por su problema de tartamudez. Habían
demostrado delante de un juez que era bien sabido entre todos los
profesores y la dirección del centro que al pobre Camilo se le
llamaba “el Metralleta” o “el Bodas” (inicialmente, “el
Tarta de Bodas”) y nadie había hecho absolutamente nada. La
sentencia judicial (y la todavía más severa del juicio paralelo de
los medios de comunicación) habían dejado el prestigio y las arcas
de aquel colegio temblando. Desde ese episodio, la peor pesadilla del
Caimán y todos sus colegas era que apareciera un “el Bodas” en
sus aulas.
-Si es por un problema de acoso escolar, me temo que pierde usted su
tiempo.
-Me temo que no. Obra en mi poder toda una lista de actos de acoso de
los que un alumno de su centro ha sido objeto. Se trata de Álvaro
Pizarro Angulo.
-¿Por ejemplo?
-El otro día desapareció su cuaderno de ejercicios de inglés, y
nadie ha hecho absolutamente nada para recuperarlo.
-Eso no es cierto. En este centro tenemos una tolerancia cero con el
acoso escolar. Se han aplicado todos los protocolos, y le garantizo
que el cuaderno le va a ser devuelto a Álvaro en breve tiempo, lo
que demostrará que mi equipo directivo y yo nos tomamos muy en serio
el tema del acoso y luchamos personalmente contra él.
-Espero que sea cierto, pues de lo contrario estoy autorizado por los
señores de Pizarro Angulo para iniciar las acciones oportunas.
-No será preciso y ahora, si me disculpa, tengo otras entrevistas
que atender.
Para el viejo Caimán, la solución al asunto era bien sencilla: si
no aparecía el maldito cuaderno, el despido fulminante del profesor
responsable sería la excusa perfecta para probar la firmeza de la
dirección del centro y ahuyentar a aquellos carroñeros de Garcés,
Garcés y Kloff.
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