Pese a lo angustioso de las circunstancias, el pobre Big Ben tuvo la
presencia de animo de decirle adiós a la dichosa secretaria, pero
ella ni se molestó en contestar. ¿Qué pasaba? ¿Qué tendría de
especial un simple workbook para que el mismísimo director en
persona se preocupara por él? Ignoraba las respuesta y, lo que
resultaba mucho peor, tampoco tenía ni idea de a quién se lo podía
preguntar. Aunque, sin duda, lo peor de todo era que dudaba muy y
mucho que pudiera recuperar el maldito cuaderno de ejercicios. Pero,
por supuesto, no le quedaba otra que intentarlo.
-A ver, chicos, el workbook de Álvaro sigue sin aparecer. Sé que
alguno de vosotros lo tiene y que es una simple broma, y como tal nos
lo tomaremos. Vamos a hacer a una cosa: Álvaro y yo vamos a salir de
clase un momento y estoy seguro de que cuando volvamos a entrar, el
workbook estará sobre el pupitre de Álvaro. Y ahí se acabará la
cuestión, sin preguntas, sin investigaciones, sin castigos.
Eva Colmo, desde su privilegiado sitio en segunda fila de ventana y
calefacción, resopló resignada. Ese hombre era incluso más
inocente de lo que ella pensaba. Sintió la tentación de levantar la
mano, o levantarse ella misma, y decirle al pobre Big Ben: “¡Tío,
no pierdas el tiempo y no hagas el ridículo, que así no va a
aparecer!”, pero se aguantó. Sintió pena, mucha, muchísima pena.
Desde el primer día, había comenzado a experimentar algo especial
por aquel profe. No sabía cómo definirlo, aunque seguro que no era
amor (para enamorarse sin esperanza alguna de ser correspondida ya
estaban los alumnos de Bachillerato). Si hubiera tenido más
experiencia de la vida, Eva habría sabido que aquello era un caso
típico de la ternura que te despierta un personaje entrañable e
inofensivo.
El pequeño experimento se llevó a cabo, resultando el absoluto
fracaso que Eva, y cualquiera con dos dedos de frente, había
predicho. El Big Ben no sabía si lo peor había sido que no hubiera
aparecido el dichoso workbook o las risas que se habían escuchado
mientras Álvaro y él esperaban fuera.
-¡Muy bien, vosotros lo habéis querido! ¡Ahora tendrá que ser por
las malas!
La patética amenaza fue recibida con más risitas apagadas. ¿Qué
malas podía tener un tío tan buenazo? Eva cada vez llevaba peor
todo aquello. Decidió que había llegado el momento de actuar. Al
final de clase, se hizo la remolona y se quedó la última en clase.
-Profe, no va a aparecer.
-¿Qué?
-El workbook, que no va a aparecer jamás.
-¡Voy a tomar medidas bien serias y vas a ver cómo sí!
Eva no sabía si reír o llorar.
-¿Por qué no lo dejas estar?
-¡Porque esta es mi clase, vosotros sois mis alumnos y es mi deber
que podáis trabajar como es debido!
-Hazme caso, mejor déjalo.
-Además, que el director me ha dicho que quiere que aparezca.
No sabía ni cómo ni por qué se le había escapado aquello. Quizás,
porque Eva le transmitía más confianza de la que era capaz de
manejar en aquel momento de tanta debilidad.
-¿El director te ha amenazado?
-No, hija, el director sólo está pendiente de que todo vaya bien en
su cole.
-¿Te van a hacer algo si no aparece? ¿Te van a echar de profe?
-¡Qué tonterías dices, hija! ¿Cómo me van a echar por esto?
¡Anda, al patio, que te tiene que dar el aire!
Lo había dicho tartamudeando, como cuándo se quiere cimentar una
aseveración sobre un mar de las propias dudas. Y Eva no era tonta.
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