El caballo pasó como un tiro junto al grupito acodado en la barandilla de la pista. Fue como en las películas.
-¿Seguro que le ganará al de "La Pinturita"?- interrogó Klaus "Doble K" Kozby.
-En 95 de 100 carreras, ya sabe usted que el deporte no es una ciencia exacta -sentenció solemne Lumbrero. El representante del astro había contactado con su oficina y Lumbrero se había encargado personalmente de todas las gestiones. Las instrucciones habían sido claras y precisas: "el mejor caballo posible, no importa el dinero".
"Doble K" asintió, satisfecho.
El purasangre en cuestión se llamaba "Leith Myth" y ya contaba en su palmarés con un par de victorias importantes en pruebas del circuito inglés. Su dueño, el también presente Don Webb, había sido reticente a vender, pero la fortísima oferta había doblegado su voluntad.
-Y me dijo usted se le podía cambiar el nombre -continuó interrogando a Lumbrero "Doble K".
-Ah, sin problema.
Resultaba evidente cómo lo iban a rebautizar.
-Pues nada, hecho. Vámonos, que estoy muy ocupado -remató "Doble K".
Poco rato después, Don Webb se acercó -jugosísimo cheque en mano- a la cuadra a despedirse de su pupilo favorito. Casi tenía lágrimas en los ojos, no tanto por decir adiós a aquel campeón que tantas alegrías le había traído sino porque lo había condenado a bajar de categoría, a correr en pistas donde su supremacía sería incontestable, pero donde no podría desarrollar todo su gran potencial. Y todo por el cochino dinero, por el capricho de un niñato rico, chulo y prepotente al que ni siquiera le gustaban realmente los caballos.
Pero, después de todo, aquello era un -y su- negocio.
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