-¿Y en cuánto dices que me la dejas?
-500.
-¡Pero si las hay nuevas por ese precio!
-Mierdas importadas del lejano oriente que se rompen a los dos días. Esta es buena, maciza, para durar... ¡Producto nacional!
El presunto comprador acarició la madera de la mesa de billar, y luego le dio un golpecito, casi una bofetada.
-No sé, no sé...
-Mira, a mí me costó 2000 hace un año. ¡Te la estoy regalando!
-¿Y cómo es que la vendes?
-Bah, porque no la uso casi.
-¿No te gusta el billar?
-Regular.
-¡Joder!, ¿y te gastas 2000 pavos en una mesa?
-Pensé que me aficionaría más si podía jugar en casa.
-Ya.
-Además, que hacía bonito en este pedazo de salón...como que le daba estilo.
-Te hace falta la pasta, ¿eh?
-¿No nota mucho?
-Algo.
-No soy el único. A muchos nos dio por comprarnos la dichosa mesita de billar cuando las cosas rodaban bien, y ahora nos sobran las bolas y nos falta el efectivo.
-Te doy 200.
-No me seas cabrón.
-Tú mismo lo has dicho: hay un montón de mesas de estas a la venta. El mercado está saturado de gente en tu misma situación.
-Vengan esos 200.
-Toma, y te regalo un consejo: la próxima vez, búscate una casa donde no queda una mesa de billar, la gente como tú nunca se la podrá permitir.
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