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sábado, 13 de junio de 2015

Los Golfos (y 2).

Fructuoso demostró sin el más mínimo disimulo su aprobación por el guiso como sólo un maleducado sabe (al menos en España).

-Estaba bueno, ¿eh?

Fructuoso miró de reojo, con ese aire de chulería despectiva que sólo otorga llevar toda la vida creyéndose el ombligo del mundo.

Pero, contra todo pronóstico, el chico le resultó simpático.

-¡Cojonudo, chaval, el menú especial es más caro, pero merece la pena!

-Por lo que veo, le van bien las cosas.

-No me quejo, chaval, no me quejo.

-¿Reformas?

-Mayormente.

-¡Pues sí que tiene usted suerte, porque tengo entendido que está la cosa muy achuchada!

-Es que hay que estar vivo y espabilado, chaval. Si no sale tajo, se le llama.

-¿Propanganda?

-¡Qué propaganda ni qué niño muerto, ignorante! Lo que hay que hacer, es ser más listo que los tontos.

-No le entiendo.

-¡Entonces, tú eres un tonto!

-Lo seré, pues. Explíquese usted.

-Pues que hay mucho panoli que no entiende de lo mío, que se cree que algo está bien porque no parece que esté mal, pero, en realidad, está fatal. Entonces, cuando se se le rompe, se cree que ha sido la mala suerte, y te vuelve a llamar.

-Si no le entiendo mal, usted hace chapuzas a posta, para que le vuelvan a llamar para arreglarlas.

-¡Chico listo!

-¡Joder, pero usted -si me lo permite- es tan golfo como un político!

Fructuoso se rió satisfecho. Siempre es agradable que los demás admitan que uno es parte la élite de los caraduras.

-¡Favor que me haces, chaval!

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