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miércoles, 10 de junio de 2015

Los Golfos (1).

-¿Esos?. ¡esos no han trabajado un solo día en su puta vida! -dijo el viejete señalando la portada del periódico que había servido de envoltorio al bocadillo de su subordinado.

Esos, obviamente, eran los políticos. Él, en cambio (él era Fructuoso Díaz Torca), llevaba seis décadas justas madrugando. Al principio, para trabajar él; luego -poco a poco- para ver trabajar a otros mientras les daba órdenes con la vocalización arruinada por un palillo. En efecto, Fructuoso Díaz Torca iba para el más rico del cementerio (toda una institución patria).

-¡Unos golfos todos, don Fructuoso!

Isi le dio la razón, como está mandado con los locos y los jefes.

-¡Bueno, termínate el bocadillo rapidito y a seguir con lo tuyo!

Eso, el currante a currar, y el jefe al bar, a por menú, café y licor.

-¡Y cuando vuelva de comer quiero que esté eso ya terminado!

-¡A mandar, jefe!

A otro sitio le iba él a mandar a don Fructuoso si el viejete no fuera el hada de los sobrecitos preñados.

De camino al bar de comidas caseras, Fructuoso Diaz se cruzó con la clienta de la chapuza.

-¿Cómo va eso, Fructuoso?

-¡Uh, señora, menuda tenía ahí liada!

-¡Pues, hombre, la que me lió usted, que le recuerdo que ese baño me lo hizo usted no hace ni un año!

-¡Pero ya le dije que lo barato sale caro, y que usando materiales baratos...!

-¡Hombre, más que baratos, yo diría poco caros!

-En fin, que no se preocupe, que está vez ya va a quedar todo perfecto.

-Eso espero, Fructuoso, eso espero.

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