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domingo, 14 de junio de 2015

El Calvario de Jesús.

-¿Quién habría inventado las matemáticas o, mejor dicho, quién las habría llevado más allá de la utilidad de lo cotidiano? Sumar peras, restar lápices...¡Claro que sí! Pero de ahí a las dichosas integrales...

En fin, ya no había remedio o, mejor dicho, el único remedio era aprobar aquel dichoso examen global.

-¿Dónde me siento, don Julio?

-Donde quieras, Jesús.

-¡Es que no quedan sitios libres!

-¡Pues haber llegado antes!

¿Y qué se habría resuelto con eso? No era muy bueno en Matemáticas, pero estaba claro que habría hecho falta un pupitre de más en cualquier caso. Este don Julio sabría mucho de derivadas e integrales, pero parecía que el sentido común en su propia asignatura se le atragantaba (defecto no raro en los docentes).

-¿Y qué hago, don Julio?

-Pues ir a un aula y traerte un pupitre.

-Es que en este piso no hay más clases.

-¡Pues baja!

Claro, "pues baja".

No sabía si era por el peso o la incomodidad de tener que mantener la silla en equilibrio sobre la mesa, pero estaba empezando a sudar (seguramente, era un poquito o un mucho de ambas cosas). Lentamente, fue subiendo las escaleras. Los pasos eran rítmicos -casi como si los marcara el ritmo de un tambor- y un poco arrastrados. Algunos alumnos se cruzaron con él -pero ninguno le ofreció su ayuda-, también pasaron un par de profesores, pero uno se limitó a decirle que tuviera cuidado y el otro directamente le ignoró.

Hizo falta su tiempo, pero, por fin, llegó al aula.

-Llegas tarde, ya hemos empezado.

-Lo siento, don Julio. ¿Dónde puedo poner esto?

-Clávalo ahí mismo, entre esos dos chicos. Toma, el examen.

Seguía el calvario.

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