-¿Has desayunado, Enrique?
Todas las mañanas durante aquellos ocho años la misma pregunta a su secretario, y la última no iba a ser una excepción.
-Sí, señor presidente, sabe usted que sí.
-El desayuno es la comida más importante del día. Si queremos que este país marche, su gente tiene que estar bien desayunada. Y, por cierto, es ex-presidente.
-Con debido respeto, yo elijo como dirigirme a usted en privado. Un coche le está esperando abajo, señor presidente.
-¿Un coche? ¡Te repito que ya no soy presidente con derecho a eso! Pídeme un taxi, anda.
-No, señor presidente, le va a llevar un coche oficial, quiera o no. ¿Dónde está el resto del equipaje? Voy a avisar para lo que bajen.
-¿El resto de mi equipaje? No, no, sólo tengo esto.
-Ocho años de presidente de una nación y sólo se lleva usted una maleta.
-La misma que traje. Los solteros ya se sabe que viajamos ligeros de equipaje.
Enrique, el secretario, se quedó un momento pensativo y, por fin, se decidió.
-Mire, señor presidente, sé que esto que le voy a decir le va a sentar como un tiro, pero si no lo suelto, reviento: los votantes de este país somos gilipollas.
-Supiste bien, Enrique, no me hace ni pizca de gracia. El pueblo es soberano, y la democracia es su voz.
-Sí, el pueblo es un soberano gilipollas.
Y en eso entro Blas, el chófer.
-Buenos días, señor presidente, ¿a dónde le llevo?
El político puso gesto de sorpresa y, tras pensar unos segundos, se limitó a encogerse de hombros.
-Pues, la verdad es que no lo sé. Antes de venirme aquí a vivir, estaba alquilado en un apartamento, pero, claro, no renové el contrato... Lo cierto es que, con todo el follón del traspaso de poderes, no había caído y no tengo dónde ir. ¿No conocerán ustedes alguna pensión que esté bien para pasar la noche de momento?
-Tontería, señor presidente, usted se viene a mi casa conmigo.
-Pero, Enrique, ¿y tu suegra?
-Mi suegra se va a dormir al sofá.
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