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jueves, 19 de febrero de 2015

Cuernos (3).

-¿Es usted la señorita Elvira?

-Sí, el padre de Ana, ¿verdad?

-El mismo.

-Encantada, pase a la sala de visitas, por favor.

-Tanto gusto, gracias.

La chica era mona, natural siendo tan jovencita. ¿Qué tendría, 25, 26...? Menos de 30, seguro. Y parecía que se preocupaba mucho por los niños. Lo que estaba bien claro era que los conocía bien, aunque llevara tan poco tiempo con ellos. La radiografía que estaba haciendo de su hija, con sus virtudes y sus defectos; con sus grandezas y sus miserias, era admirable.

-Pero entonces, tú ves bien a mi hija, ¿no?


-Sí, muy bien. Te he citado porque lo he hecho con todos los papás.

Sin darse cuenta, el usted se les había caído a los dos de los labios, del modo más natural e imperceptible.

-¡Menuda paliza te das!

-Bueno, me gusta ser una buena profe.

-¡Es que la juventud venís pisando fuerte!

-Espero que no se pasen las energías al cumplir los 30.

El papá sonrió. Lo que pensaba, veintitantos.

-Tranquila, hasta los 40 la cosa no se pone realmente grave.


Risas, también espontáneas y naturales.

-Los debes de haber cumplido hace poco.

-No, ya han pasado unos añitos. ¿Cuántos me echas?

-¡Uff, soy horrible para esas cosas!

¿Estaban coqueteando? Absurdo. Peligro. Mejor cambiar de tema.

-Lamento que la mamá de Ana no haya podido venir, Elvira. ¡Está siempre tan liada con su trabajo!


¿En serio lo lamentaba? Mejor no hacerse la pregunta.

-No pasa nada.

¿Seguro? Quizás estaba empezando a pasar.

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