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sábado, 10 de enero de 2015

El Festín de las Hienas (3).

"Hacer creer a un gilipollas que gracias a mi producto no parecerá un gilipollas. No hay mejor campaña publicitaria que esta".

Esta era la máxima comercial de Jaime Sarrasqueta Bosque (no confundir con su primo Jaime Sarrasqueta Vega, ni mucho menos con su otro primo Jaime Sarrasqueta Sánchez). No debía de ser muy buena, porque Jaimito Sarrasqueta Bosque estaba totalmente arruinado. Había intentado venderle cualquier cosa a todo el mundo, y muy raras veces con éxito.

De ahí su tremendo interés por hacerse con un buen pellizco de la herencia de la tita Sabina.

Guillermina de Sarrasqueta-Vega (el guión lo había puesto ella, que le hacía mucha ilusión lo bien que quedaba en sociedad), era la señora del señor. De su escasito ojo para los negocios rentables, ¿qué mejor prueba que el hecho de que se hubiera casado con el inútil de su maridito Jaime?

En resumen, que ahí estaba la parejita de arruinados, en el tanatorio, de luto riguroso y con la uñas bien afiladas y el puñal entre los dientes.

Porque la finca de Extremadura tenía que ser sí o sí para ellos.

-¡Deberíamos haber ido a verla con más frecuencia, querido!

-¡Pero si eras tú la que nunca quería ir, que decías que era un peñazo aguantar a esa vieja!

-¡Y lo era, lo era, pero tú deberías de haberme obligado, leñe!

-¡Pero si te ponías hecha una fiera!

-Bueno, lo importante es que no hizo testamento. Porque es seguro, ¿verdad?

-Seguro, seguro.

-Espero que no te equivoques, porque sabes que nunca me he fiado de tus primos.

-¡Tranquila, mujer!

-En fin, pues, ¡hagan juego, señores!

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