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miércoles, 10 de diciembre de 2014

El Paseante (y 4).

-¿Este es?

-Este es.

-¡Vaya bicho, tuvo que ser toda una máquina es su buena época!

-Eso parece, aunque sabes que nunca pido más datos.

-Ya....Oye, ¿por qué no lo dejas?

-Alguien tienes que hacerlo.

-¡Joder, pues que lo haga otro alguien!

-Bueno, aquí tienes la pasta. Hasta la próxima.

-Déjalo, es un consejo.

-Gracias.

-¿Lo pensarás?

-No.

-Lo suponía. Adiós pues.

El Paseante se montó en la camioneta que le había prestado. Condujo de vuelta al hipódromo y se la dejó al vigilante de la puerta.

-¿Dónde puedo coger un taxi por aquí, jefe?

-Difícil. Espera, que te llamo uno por teléfono.

-Gracias.

El Paseante estaba cansado, agotado. Mucho más de alma y mente que de cuerpo. Igual el otro tenía razón, quizás era la hora de dejarlo. De momento, se iría a casa y se entregaría a su pasatiempo favorito: dormir.

La siesta, el opio de los pobres de bolsillo y corazón.

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