-¿Este es?
-Este es.
-¡Vaya bicho, tuvo que ser toda una máquina es su buena época!
-Eso parece, aunque sabes que nunca pido más datos.
-Ya....Oye, ¿por qué no lo dejas?
-Alguien tienes que hacerlo.
-¡Joder, pues que lo haga otro alguien!
-Bueno, aquí tienes la pasta. Hasta la próxima.
-Déjalo, es un consejo.
-Gracias.
-¿Lo pensarás?
-No.
-Lo suponía. Adiós pues.
El Paseante se montó en la camioneta que le había prestado. Condujo de vuelta al hipódromo y se la dejó al vigilante de la puerta.
-¿Dónde puedo coger un taxi por aquí, jefe?
-Difícil. Espera, que te llamo uno por teléfono.
-Gracias.
El Paseante estaba cansado, agotado. Mucho más de alma y mente que de cuerpo. Igual el otro tenía razón, quizás era la hora de dejarlo. De momento, se iría a casa y se entregaría a su pasatiempo favorito: dormir.
La siesta, el opio de los pobres de bolsillo y corazón.
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