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viernes, 12 de diciembre de 2014

El Comienzo de Absolutamente Casi Todo (1).

Tras agacharse, Ut abrió los brazos para dejar caer a los pies de Pog todos los frutos que cargaba. Pog examinó el lote y, sin previó aviso, golpeó a Ut en la cabeza con su mano derecha y le indicó con un gesto de cabeza que se marchara.

Sólo un golpe -y no muy fuerte-, Pog estaba contento: no le había pegado para castigarle, sino para recordarle quién mandaba allí.

Ut volvió a la minúscula caverna que habitaba. Se sentó en una esquina y comenzó a engullir su alimento: los frutos que Pog habría rechazado, los que estaban peor.

La comunidad estaba conformada por unos treinta individuos, entre varones, mujeres y niños, todos bajo la dominación de Pog y sus tres lugartenientes. Eran los más fuertes. Hacía un par de años había habido un conato de rebelión, pero Ut no se había unido. Lo hizo con muy bien criterio, pues la decena de insurgentes fueron derrotados en el combate cuerpo a cuerpo y asesinados con toda crueldad en presencia del resto del poblado. Desde aquel día, a nadie le quedaban ya ganas de alzarse. 

No obstante, Ut no paraba de darle vueltas a la cabeza, pues -claro está- no era precisamente feliz subsistiendo en aquel estado de esclavitud. Tenía que haber algún camino para someter a Pog y sus compinches sin hacer uso de la fuerza, o, al menos, para hacer que le permitieran a Ut entrar a formar parte de su reducido club de privilegiados.

Pero, ¿cuál? De momento, la única manera era ser muy, muy fuerte físicamente, y Ut era un auténtico enclenque.

Estaba empezando a anochecer. Ut salió de su cavernita para unirse al resto de la comunidad: la Gran Bola de los Cielos se había vuelto a enfadar con ellos y había que salir para rogarle en grupo que volviera al día siguiente. La Gran Bola de los Cielos era caprichosa: había periodos en que el enojo era corto, pero otras veces sus ausencias era muy largas y muy frías. 

Todos, con Pog a la cabeza, se hincaron de rodillas y empezaron a gemir sus lamentos ante el sol poniente.

Pog temía que la Gran Bola de los Cielos no volviera algún día. Era su único miedo sobre la superficie de la tierra.

Y Ut se acababa de percatar.

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