-¿Ya te vas, cariño? -la pregunta llegó desde el otro rincón de la cama.
José Ignacio Arapil -Pepé Arapil, para los amigos- se estiró como un galgo, bostezó y, tras levantarse del lecho, se rascó el culo y emprendió el camino del cuarto de baño.
-Tengo que ir al encuentro -sonó la voz desde la puerta abierta del aseo, con chorreto del pis como música de fondo.
-¿Tu mujer irá también?
-Obviamente, ella y los chicos. Al fin y al cabo es el "Encuentro de las familias".
-Entonces, soy yo la persona que te debería acompañar.
-¡Fer, no empieces, coño! Hemos tenido esta conversación que siempre termina en discusión mil veces, y no me apetece empezar el domingo de bronca.
-¡No sé por qué tolero esta situación!
-¡Pues porque me quieres, tonto!
-¿Vas a leer un discurso?
-Sí, por supuesto. Te recuerdo que soy el ministro del ramo.
-¡Y seguro que te lo ha escrito ese imbécil de Rucaflor!
-¿No me digas que me vas a montar una escenita de celos? ¡Sabes de sobra que ese al que se está tirando es a mi mujer.
-Sí, pero no creo que haga falta que te recuerde que Rucaflor es un bisexual convicto y confeso y, después de todo, si tan bien se la da escribir discursitos cantando las bondades de la familia tradicional, no me extrañaría que quisiera liarse con la mamá y también con el papá.
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