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martes, 26 de agosto de 2014

El Agua de la Bondad (1).

El coronel interrumpió su paseo y, por enésima vez en su vida, se sentó sobre la tierra húmeda para admirar su lugar favorito en toda la superficie del planeta Tierra, tanto que no duraría un segundo en defenderlo con su vida si era preciso. De hecho, era la principal razón por la que había ingresado en la fuerza aérea.

El río, el gran río, el tan generoso río que daba vida a aquella región y a aquel país era atravesado por un larguísimo puente en aquel punto. Lo habían construido cuando el coronel era un niño, un chaval de un pueblo cercano. Un niño que se había jurado defenderlo del odiado enemigo. Era uno de los recuerdos más bonitos de su infancia.

El odiado enemigo ansiaba poseer toda esa agua, lo había hecho durante siglos, y su pueblo siempre la había defendido con valor, fiereza y efectividad. Ellos sólo tenían arena y sol, y ni el descubrimiento de unas casi inagotables reservas de petróleo les había librado de la obsesión histórica por hacerse con el dominio de aquel río.

El coronel miró por encima del hombro. En el horizonte, pero no a muchos kilómetros de distancia, se alzaban las chatas montañas que hacían las veces de frontera entre ambos países.  

El enemigo no estaba lejos, el país tenía que estar siempre en guardia. Y la base aérea que el coronel dirigía era la primera línea de defensa en el vital flanco sur.

Y en eso sonó su teléfono móvil.

-Coronel Sdol.

-Oficial de guardia, señor. Un E214 del A45 ha solicitado hacer un aterrizaje de emergencia en la base.

El personal de la base tenía órdenes estrictas por parte del coronel de comunicarle cualquier incidencia fuera de lo rutinario.

-¿Es grave?

-Los pilotos comunican que no. Uno de los dos motores se les ha parado.

-Voy para allá.

Por si acaso. Al coronel le gustaba que todo estuviera atado y bien atado.

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