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sábado, 30 de agosto de 2014

El Agua de la Bondad (5).

Había imaginado ese momento miles de veces, pero nunca de ese modo. El coronel estaba a punto de sobrevolar las montañas fronterizas, pero no a una velocidad próxima a la del sonido y cargado de muerte bajo las alas, sino más lento y con esperanza en la barriga de su aparato.

Estaba demasiado concentrado en la misión para percatarse de lo profundamente irónico que resultaba todo aquello: toda una vida dedicada a ser un engrasado engranaje de la perfecta maquinaria que negaba el agua del río al enemigo, y ahora le iban a regalar un generoso puñado de litros.

Pero ahora lo importante eran luchar contra ese maldito y brutal incendio.

-Mantenga el rumbo, capitán.

-OK.

En realidad, las indicaciones del coronel eran innecesarias, la columna de humo era un inmejorable punto de referencia.

"Base Tango para Lluvia 12, está usted entrando en territorio enemigo. Tome rumbo 212 y retorne a la base de inmediato"

-¡Qué porquería de aparato, el sistema de comunicaciones también se ha estropeado! -dijo el coronel al tiempo que apagaba la radio-. Bien, capitán, supongo que esos tíos estarán demasiado preocupados con la catástrofe como para intentar derribarnos pero, por si acaso, hagamos la pasada lo más bajo y rápido posible.

-Sí, señor.

El avión voló a ras de suelo hasta que, por fin, el capitán calculó que había llegado el momento de iniciar la maniobra de suelta de agua. Levantó el morro hasta alcanzar una altura prudencial y picó suavemente sobre el objetivo soltando su carga líquida. Después, el capitán giró el avión de modo, que pudieran evaluar los efectos del agua.

-¡Buena maniobra!

-Gracias, señor.

-Sin embargo, otra ración de agua no les vendría mal.

-Estoy de acuerdo, señor.

El capitán aplicó máxima potencia y puso rumbo al río. ¿Qué otra cosa podían hacer?

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