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viernes, 29 de agosto de 2014

El Agua de la Bondad (4).

El capitán tuvo el valor de verbalizar lo que ambos estaban pensando.

-¡Qué bien les vendría ahora tener un puñado de estos!

-Sin duda.

En efecto, el enemigo no disponía de aviones anti-incendios. ¿Para qué comprarlos? Su país apenas disponía de zonas boscosas y para las ciudades ya están los bomberos. Pero resultaba que aquello no era un fuego cualquiera, aquello era la mismísima puerta del Infierno.

-¿A qué distancia estarán los pozos de petróleo?

El coronel no contestó, aunque su mente estaba absorta en esa misma cuestión. Conocía como la palma de su mano aquella ciudad, los pozos, el aeropuerto...Al fin y al cabo, llevaba tiempo preparándose -y preparado- para liderar un ataque contra ella en caso de que la guerra estallara. Podría volar hasta allí y volver con los ojos cerrados. Irónicamente, si ese hipotético ataque erraba sus blancos, la escena no sería muy diferente a la que estaba contemplando.

En resumen, que era perfectamente consciente de la carnicería de llamas que estaba teniendo lugar y sabía que a cada segundo era más probable que aquello pudiera ponerse incluso peor. Guardó silencio unos instantes y, tras inspirar hondo y liberarse del aire con un suspiro, habló:

-Estos cacharros son una porquería, capitán -dijo el coronel, al tiempo que manipulaba unos botones del tablero de mandos.

-¿Perdón, señor?

-El sistema de navegación, se ha vuelto loco. Le he indicado que nos marque el camino de vuelta a la base y me parece que nos manda para otro lado.

-Con el debido respeto, señor, es usted el que le acaba de introducir otras coordenadas...

-No, créame, capitán, está averiado...Se acaba de averiar bajo mi completa responsabilidad.

El capitán sonrió, al tiempo que zambullía a su aeronave en un brusco giro.

No esperaba menos de su coronel.

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