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miércoles, 15 de febrero de 2012

Por No Quedar, Ya Ni Masajistas Quedan...(Homenaje a Mario Américo).

 Ahora, cuando se lesiona un futbolista, saltas raudos al terreno de juego un par de señores, normalmente uno de traje y todo, los dos con sus tan higiénicos guantes azules, por si acaso mil cosas.

Antes, la cosa era diferente, como mucho, y después de mucho quejarse, ahí salía un tío, siempre de chándal, con una toallita al cuello y una bolsa de "Adidas" en la mano, bolsa donde se custodiaba el más mágico y misterioso líquido que los siglos vieran: "el Agua Milagrosa".

Ahora, el señor es un señor médico, y evalúa, diagnostica y receta. Un tío con preparación, carrera y especialidad americana, que, si hace falta, hasta traslada al futbolista contusionado al hospital provincial para tenerlo toda la noche en observación.

Antes, fuera cual fuera la lesión, el señor aquel -del que nunca supimos exactamente qué formación tenía- recetaba un poco de "Agua Milagrosa" por vía chorrito y a seguir jugando

Dicen que los futbolistas de ahora, aunque son más fuertes que los de antes, son más debiluchos.  Y yo me lo creo.

Como representante ejemplar de aquella generación de hechiceros del "Sana-sana, culito de rana", traemos aquí a Mario Américo, masajista de la -exitosa- selección brasileña entre 1954 y 1974.

Leyenda por su calva reluciente y por su tremenda propensión a retratarse con el equipo antes de los partidos. Mas, reconózcalo, una foto de aquel Brasil de epopeya no es lo mismo -ni de lejos- sin el señor Américo.

El Brasil de 1958, campeón del mundo, con Mario Américo.

Una anécdota para ilustrar cómo era don Mario: cuenta la leyenda que el legendario Garrincha, durante el Mundial de Suecia 1958, se compró una radio portátil (novedad de la época) por 100 dólares. Mario Américo le dijo que le habían timado, pues el aparato sólo emitía en sueco. Garrincha la encendió y, efectivamente, ahí todo el mundo hablaba raro. Decepcionado, Garrincha aceptó revenderle el aparato a Américo por 40 dólares.
Ahora, se saca al futbolista en camilla motorizada; en 1974, un Mario Américo de ya más de 60 años tenía su propio estilo de hacer las cosas.

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